Empresa Pagés: cuarta generación

Ramón Valencia Pastor ha oficializado la entrada de su hijo, Ramón Eduardo Valencia Canorea, en el organigrama de una firma que lleva rigiendo el coso maestrante desde 1933

Los Valencia, padre e hijo, en la presentación del ciclo de novilladas de promoción. Foto: Toromedia

Los Valencia, padre e hijo, en la presentación del ciclo de novilladas de promoción. Foto: Toromedia / Álvaro R. del Moral

Álvaro R. del Moral

Victorias de la normalidad

El año 2022 se está viviendo como una recuperación paulatina de normalidades y cotidianidades. Nada se valora más que lo que se ha perdido, todo aquello que creíamos inmutable sin saber –como ahora sabemos- que todo pende de un hilo. Y es que el metraje de la vida se refuerza con costumbres, fechas, momentos pendulares que marcan nuestra propia existencia y la de los nuestros. Todos esos capítulos han ido rebrotando en el calendario: la celebración plena de la Navidad, la recuperación de los ritos cuaresmales, de la salida de las cofradías, de la belleza deslumbrante de las primeras horas de la Feria, de las corridas vespertinas en la apoteosis de la primavera, de una mañana de Corpus...

Ahora le ha llegado el turno a otro capítulo, seguramente más humilde, pero también imprescindible. Son esas novilladas promocionales que llenan la noche de los jueves del mes de julio dando una oportunidad de oro a la cantera del toreo. En el verano de 2019 se celebró el último, antes de la llegada del virus, subrayando el nombre de un ganador: el aspirante Jaime González-Écija que ahora anda luchando por sacar cabeza en el escalafón de los novilleros con picadores comprobando que el camino del toreo no está adornado de rosas.

Cosas de familia

Pero la presentación de dicho ciclo –otra victoria de la normalidad- tuvo otras lecturas. Por un lado, sirvió para oficializar la salida de Pedro Rodríguez Tamayo, desvinculado de la empresa. Íntimo amigo de Eduardo Canorea, había formado la foto fija de la fachada de Pagés a raíz de la jubilación del hijo de don Diodoro Canorea. Valencia tuvo palabras de halago y agradecimiento para el que ha sido hasta hace escasas fechas ‘conseller en cap’ en las oficinas de la calle Adriano. Los motivos de su salida a ellos competen...

Pero si don Pedro se marchaba, entraba otro joven consejero que se llama Ramón Eduardo Valencia Canorea. Condensa los tres apellidos fundamentales en la historia de una empresa que lleva casi un siglo al frente de uno de los escenarios taurinos más trascendentales del mundo: Pagés, Canorea y... Valencia. Es bisnieto del creador de la firma; nieto del que le imprimió su atmósfera más duradera y, definitivamente, hijo del actual gerente, Ramón Valencia Pastor, que también ha impuesto su particular impronta y talante desde la jubilación de su cuñado, Eduardo Canorea Pagés, tío del nuevo consejero secretario que ya había ido fogueándose en algunos actos en nombre de la casa, como la entrega de los premios del Colón.

Un poco de historia

Eduardo Pagés fue uno de los empresarios taurinos más relevantes de la primera mitad del siglo XX. Estrechamente vinculado a Belmonte –fue el exclusivista de sus dos últimas reapariciones- ya había revoloteado por la plaza de la Maestranza en calidad de ganadero de reses bravas en la temporada de 1929, el año de la demorada Exposición Iberoamericana. Aún le quedaban tres años para comenzar la gerencia que mantienen vigente sus herederos en la segunda década del siglo XXI.

Es importante rescatar un dato: el coso del Baratillo había salido a arriendo. Pagés se había presentado a la oferta pero antes de la adjudicación envió una carta al teniente de la Maestranza dando por retirado su pliego. La plaza acabó siendo adjudicada por cinco años a un tal Abascal que acabaría optando por rescindir su contrato en diciembre de 1932. El marqués de Nervión, teniente de la Real Maestranza, acabó entregando la gestión de la plaza a Eduardo Pagés por cuatro años, una renta de 150.000 pesetas anuales y fianza de veinte mil duros....

Eduardo Pagés montó su primera temporada en 1933. Pero los acontecimientos se precipitarían al año siguiente con la exclusiva firmada a Belmonte, que reapareció y acudió en ayuda de don Eduardo, vetado –como el propio Belmonte– por la Unión de Criadores de Toros de Lidia. Ni que decir tiene que el contrato se ha ido ampliando y revisando sin que hayan faltado pleitos entre el casero -la Real Maestranza de Caballería- y el arrendador. El aterrizaje de Diodoro Canorea a raíz de su matrimonio con Carmen Pagés, precisamente, acabaría resolviendo los litigios con Manolo Belmonte, que había tomado el timón a la muerte del fundador.

Pero hubo otros desencuentros olvidados dentro de ese matrimonio de conveniencia que anda recogiendo los platos rotos del último encontronazo, resuelto en los tribunales sin dejar a ninguna de las partes contenta del todo. Es el teatro de operaciones que condicionará la revisión del contrato en el cercano 2025 y es, en definitiva, el medio en el que le tocará moverse al bisnieto de don Eduardo Pagés por más que su ilustre progenitor haya proclamado a los cuatro vientos que de entregar el testigo, nasty. Sea como sea, cumplir un siglo en la cima del viejo monte Baratillo no es mal objetivo.

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