La efeméride se cumplió hace algunos días. El 11 de diciembre hizo 75 años justos del célebre homenaje rendido por los intelectuales de la época a aquel torero para olvidar una guerra que se llamó Manuel Rodríguez ‘Manolete’. El evento se celebró en el madrileño restaurante Lhardy y contó con la crema del pensamiento y las letras de la época. No faltaron nombres de la talla de Agustín de Foxá, José María Alfaro, Alfredo Marquerie, Adriano del Valle, José María Pemán, Francisco Casares, Samuel Ros y José Vicente Puente que ofició de catalizador de un encuentro al que no faltaron otros próceres, profesionales y personalidades del momento. Una ausencia sí llamó la atención: fue la del académico José María de Cossío que declinó la invitación haciendo gala de un inexplicable antimanoletismo.
Manolete tuvo el buen gusto de presentarse a aquel homenaje vestido con un elegante traje corto de etiqueta galoneado de seda y completado con una camisa blanca de chorreras y botonadura de brillantes que contrastaba con los ‘smoking’ de los intelectuales. El traje está depositado hoy en los fondos del Museo Taurino de Córdoba aunque en la actualidad no forma parte del programa museográfico. El califa cordobés llegó al restaurante acompañado de su apoderado, José Flores ‘Camará’, además de su íntimo amigo Álvaro Domecq y Díez. Manolete, lógicamente, ocupaba la presidencia de la mesa en la que también figuraban Raimundo Fernández Cuesta y José María Alfaro. Hay más curiosidades, como el menú de aquel evento en el que, entre otras delicias, se sirvió ‘petite marmite’, langosta a la americana y ‘tournedos financiére’.
El ‘Monstruo’ no se libró del turno de palabra. Antes había convenido con José Vicente Puente que le preparara unas palabras para salir del atolladero que se quedaron en el tintero. Manuel Rodríguez, que era hombre de pocas palabras, tuvo que improvisar su intervención lanzando una ‘puyita’ a su amigo. A partir de ahí se sucedieron las intervenciones de los convocantes, recitando poemas y textos que glosaban la valía del torero de Córdoba. “Saludo al torero más valiente del ruedo; saludo el abanico difícil de tu izquierda, que hace al toro satélite, luna de tu oro antiguo con órbita de estrellas”, glosó de Agustín de Foxá. Pero hubo otros textos recitados por Marquerie, Alfaro, José María Pemán, Raimundo Fernández Cuesta, Rafael García Serrano, Javier Millán Astray o Francisco Casares. Tres años después tendrían que volver a rendir sus plumas para escribir los epitafios de aquel torero que simbolizó como ninguno la España de la posguerra.
Más de treinta años antes de la cena famosa de Lhardy se había celebrado otro encuentro que ya había vinculado la riquísima intelectualidad de la época con el mundo del toreo. Algunos años después sucedería algo parecido en Pino Montano y el Ateneo de Sevilla, bajo los oficios de Ignacio Sánchez Mejías para dar espíritu de generación literaria al grupo de creadores del 27. Pero esa es una historia que ya les hemos contado.
Pero hay que volver a la primavera de 1913: Juan Belmonte sería objeto de otro homenaje organizado por un grupo de literatos y artistas del momento que –de alguna manera, ya habían cimentado la mitificación literaria de aquel novillero sevillano que tenía revolucionado el cotarro antes de su doctorado. Estaba a punto de culminar una época del toreo –los años de los ‘naides’ con Bombita y Machaquito a la cabeza- para dar paso a la breve e intensa Edad de Oro que emparejó al propio Belmonte con otro coloso como José Gómez ‘Gallito’, muerto trágicamente en Talavera en 1920.
Es importante recalcar el dato. Belmonte ni siquiera había tomado la alternativa cuando se convirtió en el punto de mira de esa tropa variopinta capitaneada por el escritor Ramón María del Valle Inclán y el escultor Sebastián Miranda. Julio Romero de Torres le pintó un primer retrato –luego llegarían más- en el que posa con rostro casi infantil. Sebastián Miranda también tradujo al bronce la especial apostura del lidiador trianero. Pero mucho más conocida es la sentencia de Valle Inclán: “¡Juanito, sólo te falta morir en la plaza!”. La respuesta del torero, que retrata a la perfección su personalidad , es archifamosa: “Se hará lo que se pueda, don Ramón...”
El propio Belmonte narró en la biografía de Chaves Nogales algunos de los lances más conocidos de aquella curiosa relación en la que el joven torerillo oficiaba como mascota y fuente de inspiración de aquel grupo que rayaba la excentricidad. Y de aquella relación, que sirvió para reforzar el aura intelectual de la propia figura del diestro trianero, salió la idea de rendirle un homenaje con Valle y Miranda a la cabeza de la manifestación. “Redactaron una convocatoria en la que con las firmas de Romero de Torres, Julio Antonio, Sebastián Miranda y Valle Inclán, se decía que el toreo no era de más baja jerarquía estética que las Bellas Artes, se despreciaba a los políticos y se sentaban algunas audaces afirmaciones estéticas”, afirmaba el torero en las páginas del ‘Juan Belmonte, matador de toros’.
Y el citado homenaje se celebró en la primavera de 1913 –Belmonte tomaría la alternativa el 16 de octubre de aquel mismo año- en un elegante restaurante de El Retiro que tampoco se libró de la anécdota. El dueño del establecimiento –recoge el testimonio de Belmonte en el libro de Chaves Nogales- quiso orillar el banquete para no molestar a su clientela habitual pero el detalle no escapó de la vista y la ira de Valle Inclán –“¿dónde nos has puesto, bellaco?”- que obligó al aturdido hostelero a mudar mesas y manteles a un lugar de privilegio. La cercanía de aquellos intelectuales reforzó el retrato literario de Juan Belmonte, que contó con el concurso de plumas como las de Ramón Pérez de Ayala en la dirección de la campaña periodística que acompañó su ascensión a la cima del torero. Su amigo y rival Joselito nunca gozó de ese favor e incluso sufrió el ataque despiadado de uno de los principales diarios del país hasta poco antes de su trágica muerte en Talavera. Ese manejo de los medios se redondearía dos décadas después con el ‘Juan Belmonte, matador de toros’ de Manuel Chaves Nogales, preparado como una herramienta periodística y propagandística que se publicó entre junio y diciembre de 1935 en la revista ‘Estampa’. Se trataba de dar cobertura a la última reaparición del torero, que había vuelto a los ruedos el año anterior bajo la exclusiva de otro visionario del empresariado taurino como fue Eduardo Pagés. Aquellas entregas se convirtieron a la postre en una obra maestra que sigue trascendiendo del estricto ámbito taurino.