Si tú eres cante, yo soy cofre

Flamenco del bueno, trazas de músicas distintas que quedaban por debajo, sentimiento y cante fino. Eso fue lo que se vivió en el Auditorio Nacional de Música de Madrid el pasado día 17 de marzo.

23 abr 2016 / 18:33 h - Actualizado: 25 abr 2016 / 09:14 h.
"Flamenco","Música - Aladar"
  • Un momento del concierto de Mayte Martín en el Auditorio Nacional de Música de Madrid. / Fotografía: Yolanda G. Asenjo
    Un momento del concierto de Mayte Martín en el Auditorio Nacional de Música de Madrid. / Fotografía: Yolanda G. Asenjo
  • La cantaora Mayte Martín/ Fotografía: Yolanda G. Asenjo
    La cantaora Mayte Martín/ Fotografía: Yolanda G. Asenjo

El pasado domingo, día 17, Mayte Martín presentó su espectáculo Al flamenco por testigo en el Auditorio Nacional de Música. La Sala Sinfónica estaba prácticamente llena. Y eso no es poco. Hablamos de dos mil cuatrocientas localidades aproximadamente.

Llegaba la cantaora con Chico Fargas a la percusión y dos guitarristas, Pau Figueres y Salvador Gutiérrez. Fargas siempre acompañando con el ritmo justo, encontrando los sonidos precisos y buscando ser tan discreto como es necesario; y los guitarristas dejando claro que si uno es muy bueno el otro está a la misma altura.

Arrancó el concierto con una preciosa versión de la canción de Juan Valderrama La rosa cautiva sostenida sobre una pieza de Gabriel Fauré (Pavane en fa sostenido menor, op. 50). Siguieron fandangos, tientos y tangos, bulerías y soleás. Y fue al tocar este último palo cuando Mayte Martín consiguió lo mejor de su actuación. Así se lo reconoció el público de Madrid que le regalaba una ovación intensa, inmensa y entregada. La cantaora sabe bien lo que hace, lo que quiere y cómo quiere conseguirlo. Anda muy bien de voz y de sentimiento y eso le permite volcar sobre la platea todo lo bueno que lleva dentro.

Lo que resulta exquisito al escuchar a Mayte Martín es comprobar cómo, respetando la tradición más pura, las raíces del cante flamenco, es capaz de dejar sentir trazos de otras músicas que casan de maravilla y terminan construyendo un mestizaje, voy a atreverme a decirlo, casi sensual. No encuentro una palabra que lo defina mejor. Son ritmos, registros, que si no de forma evidente, quedan por debajo en algunos temas para tejer una malla original, un paño que envuelve con mimo al que escucha, que lo acuna.

La cantaora terminó con una suite en la que se unían malagueña, granaina, los cantes levantinos o los abandolaos, teniendo como hilo conductor la pieza de Frederic Mompou Secret que permitió a Mayte Martín incluir cantes de una tesitura tan diversa en uno solo, interrumpida más de la cuenta con los aplausos. Preciosa, honda y tan bellamente lenta que pareció pararse el reloj.

El concierto resultó agradable por un lado y tan profundo como cada uno quisiera. Y digo esto porque en el Auditorio Nacional de Música se concentró un público heterogéneo en exceso y el resultado fue chocante. Del mismo modo que se aplaudía con fuerza y entusiasmo al finalizar los cantes, no había forma de que el personal arrancara a jalear a la cantaora. Unos pocos lo hicieron. Los más atrevidos. Y en una ocasión les afearon la conducta los que piensan que el flamenco se escucha con la misma actitud que se hace con el Réquiem de Mozart; calladitos, sentaditos y muy tiesos. Lo nunca visto. Tal vez un espacio tan grande, tanta gente escuchando, no ayuda demasiado a convertir el espectáculo en lo que debe ser: un alud de sentimientos que, además, son de ida y vuelta del escenario a las butacas.

Pero, cuando escribo esto aún puedo escuchar la voz de Mayte Martín: «Si tú eres vela yo soy viento; si tú eres cauce yo soy río...»Y vuelvo a estar en el patio de butacas diciendo «pero qué bien cantas, criatura».