«Me decía a mí misma que estaba exagerando»

Aislada de sus amigas y siempre bajo control, Alicia relata el ciclo de la violencia en la adolescencia y cómo salir de él

24 nov 2015 / 20:10 h - Actualizado: 24 nov 2015 / 22:53 h.
"Violencia de género","Día de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer"
  • Alicia (nombre ficticio) comparte su experiencia para que sirva a otras chicas que estén pasando por lo mismo. / Manuel Gómez
    Alicia (nombre ficticio) comparte su experiencia para que sirva a otras chicas que estén pasando por lo mismo. / Manuel Gómez

Alicia era una adolescente normal, con una pandilla de amigos «de toda la vida», una familia estructurada y un día a día basado en ir al instituto, estudiar y divertirse. Un día comenzó a salir con un chico que «al principio era bueno, no era celoso ni nada». Pero sutilmente empezó a alejarla de sus amigos de siempre y pese a que su mejor amiga «se enfadaba conmigo, lloraba y todo, yo le decía que me apetecía más estar con él». Controlaba con quién salía y entraba hasta que acabó por no salir si no era con él pero también con quién hablaba por el móvil, a quién agregaba en las redes sociales y, en definitiva, todos sus movimientos.

Alicia (nombre ficticio) no solo oyó quejas y advertencias de sus amigas de que ese control no era normal sino que en su instituto, dentro de las campañas que el IAM desarrolla, asistió a más de una conferencia sobre la violencia de género. «Me daba que pensar pero al momento me decía a mí misma que estaba exagerando», relata, y no lo habló con nadie. Aunque dice que «no te das cuenta de lo que te está pasando realmente», admite que en el fondo «quería dejarle pero no podía y me daba miedo», pues ya habían empezado los malos tratos. Hasta que un día, sufrió una agresión física en la calle y «la gente llamó a la Policía». Sus padres la llevaron a rastras –no sabe si ella hubiera acudido– al programa de atención psicológica para mujeres menores víctimas de violencia de género del IAM y hoy, tras un arduo trabajo terapéutico, dice haber aprendido «qué es un amor sano, que es que una persona te respeta sobre todo y eres libre para estar o no con él, y qué no lo es». De hecho, hoy sale con otro chico «y es ideal, yo salgo con mis amigas, no me dice nada». Y tiene un mensaje para otras chicas que estén pasando por una situación similar: «Que no tengan miedo a quedarse solas porque no es así».

Alicia es una de las 300 adolescentes que han pasado por el programa de atención a víctimas menores en sus casi tres años de existencia y, según reconoce su coordinador, Juan Ignacio Paz, su testimonio es un fiel reflejo del tipo de casos que les llegan.

Reconocer las señales

Chicas jóvenes, con frecuencia con parejas mayores que ellas, que en apenas unos meses de relación sufren todo el ciclo de la violencia, que empieza con el aislamiento y el control y desemboca «muy rápido» en el maltrato psicológico, físico y sexual. Pese a que la propia Alicia reconoce que «el maltrato psicológico es incluso peor porque un guantazo te duele en el momento», la mayoría no reconocen estas señales. Tampoco su entorno porque como explica la terapeuta Inmaculada Luna «están muy normalizadas», lo que provoca la frustración de la familia. «La familia es la última que se entera», señala Luna evitando todo complejo de culpabilidad, «pero sí puede ser la primera en detectar los cambios» en su hija: «Si deja de salir con sus amigos, si cambia su forma de vestir, baja su rendimiento escolar y todo ello coincide con el inicio de una relación». Prohibirle salir con él puede ser contraproducente. Hay que acudir a profesionales y «durante un tiempo la familia debe asumir que no puede hacer nada directamente sino que la chica tiene que vivir su propio proceso».

A partir de ahí, el trabajo es duro porque, como señala Juan Ignacio Paz, a las víctimas jóvenes les resulta más fácil romper una relación –al no haber condicionantes como tener hijos en común o convivir en el mismo domicilio– pero también «son más vulnerables a las recaídas con la misma pareja o con otra relación del mismo tipo», muy influenciadas por los mitos del amor romántico que pueblan películas y series y que campañas como El amor no se mide tratan de contrarrestar. De hecho, incluso las que llegan al programa, en muchos casos no quieren romper sino «cambiar al chico» y el trabajo de los terapeutas comienza hablando de «mejorar la relación, porque hablar directamente de violencia genera rechazo».

Pero aunque lleguen al programa forzadas por sus familias, con las que también se trabaja, «suelen quedarse y siguen el tratamiento», dice Paz. Aún sin reconocerse como víctimas, Luna subraya que «saben que no están bien y la mayoría tiene un sentimiento de soledad».