La herencia de un amuleto

La afición del Sevilla, patrimonio inmaterial de su leyenda, fue el único foco de luz en el Wanda, allí donde se apagaron los ecos de una campaña que no dignificará a ningún héroe

21 abr 2018 / 23:29 h - Actualizado: 22 abr 2018 / 00:27 h.
"Copa del Rey","José Castro","Óscar Arias","Vincenzo Montella"
  • La afición del Sevilla FC fue el único foco de luz en el Wanda. La hinchada de Nervión acudió en masa a Madrid y tiñó de color la cita. / Efe
    La afición del Sevilla FC fue el único foco de luz en el Wanda. La hinchada de Nervión acudió en masa a Madrid y tiñó de color la cita. / Efe

Hubo un día en el que un tipo de semblante serio y seco sonrió desafiante a la tribuna. Heredaba la mayor fortuna del fútbol, el respeto. La admiración real de una afición, patrimonio inmaterial de la historia y leyenda del Sevilla FC, hacia un hombre que encarnaba los valores del éxito en Nervión. Y, en un gesto irreflexivo y hasta cierto punto irracional, devoró un sistema de trabajo que era patentado en Europa. Nacía el año I después de Monchi y su gente, aquella que, en silencio y alejada de los focos y los almuerzos pagados a cambio de elogios y flashes, digirió el halago con paciencia infinita.

Algunos compraron la coraza y una espada para blandir con vigor cada 15 días por Nervión. Y a 549 kilómetros del Ramón Sánchez-Pizjuán se apagaron los ecos reales de una temporada con un signo hacia la reinvención. El Sevilla FC brilló en la Champions y nutrió sus arcas, pero murió en el lógico camino de las diferencias económicas, y alcanzó la final de la Copa del Rey, una especie de premio que se indigestó en el momento de los aperitivos. La afición, el patrimonio inmaterial, no merecía un desacato hacia la dignidad tan cruel como inquietante. El mejor Sevilla de la historia, un calificativo empleado por su presidente y representante legal y federativo más allá de Eduardo Dato, se desplomó ante el asombroso fútbol de Leo Messi y sus amigos, aquellos que cuando se asocian dibujan jugadas made in Oliver y Benji.

Fue el más cruel de los desenlaces para una legión de creyentes que recorrieron en autocar, tren, avión o coche los miles de kilómetros que ha devorado un Sevilla de leyenda en Europa y en España para acostumbrar a su gente a las finales. #SevillistasdeFinales, que dirían los que aprendieron a interpretar el Himno del Centenario en fan zones y territorios hostiles del atrayente Viejo Continente. Aquellos que ahorran durante meses y que roban euros a la cartera después de comprar el pan y la leche en el supermercado no merecían un final tan cruel como indigesto. El Sevilla no compareció en el Wanda Metropolitano.

El cierre de una campaña que supone el final de un expediente por resolver. El punto determinante de un examen que será definitivo cuando la Liga sea un vago recuerdo del verano y el sorteo del calendario en el chiringuito de Chipiona. La afición, rota por el escenario, regresó a su hogar en un asiento incómodo. Y algunos, mileuristas de finales, invirtieron sus ahorros en una modesta pensión de aquella ciudad, la Madrid de los Austrias, que es imán para los esnobistas del deporte.

El Sevilla regresa hoy a Santa Justa. O quizás no aparecerá más que la sombra de aquella generación de fantasía que encumbró a Ramón Rodríguez Verdejo, Monchi, como el mejor director deportivo de su historia. Es el tiempo de la reflexión y la pausa. Del análisis y la lupa. Sin guerracivilismos. Sin clanes ni personalismos. Sin bandos ni tropas. Sin guerras de guerrillas ni trincheras de juego sucio. Porque, como diría Roberto Alés, es por el bien del Sevilla. De su Sevilla y del Sevilla del alma de los miles que, con 900 euros mensuales en la cartilla, ayer repitieron juegos de acrobacia para pagar un nuevo viaje hacia otra final. Porque ellos sí son el Sevilla.