50 años entre fotogramas

El último cine de verano privado del Aljarafe, ubicado en Tomares, cumple medio siglo de la mano de Rafael Cansino y su familia, que lo vieron nacer y crecer, y que están dispuestos a luchar para que la digitalización no acabe con esta tradición estival

Rafael Cansino junto a una joya del cine: un proyector de carbón que hace las delicias de los cinéfilos. / Fotos: A. P. Rafael Cansino junto a una joya del cine: un proyector de carbón que hace las delicias de los cinéfilos. / Fotos: A. P. Como si del último mohicano se tratase, Rafael Cansino sobrevive cada verano a la batalla que le declaran los multicines con películas de estreno, más de una decena de pases diarios y un sistema de aire acondicionado que permite a más de uno salvar las altas temperaturas sevillanas. Sin embargo, la calidez humana de Cansino y su familia, unida a la pasión que se proyecta en sus ojos por el séptimo arte, hacen que Cinema Tomares, el último cine de verano privado del Aljarafe, sea una de las citas obligadas de los tomareños durante el verano. El patio de su casa –un solar de mil metros cuadrados, que durante el año sirve de cochera- pone la alfombra roja entre junio y septiembre para trasladar a los espectadores durante los meses de verano a un cine de los años 60, pero con películas actuales. Fue precisamente en el verano de 1964 cuando el padre de Rafael Cansino inició la proyección de una vida dedicada al cine. «Parece fácil, pero son cincuenta años, cincuenta veranos consecutivos», reflexiona Cansino. El secreto de que el negocio vaya tan bien es, como aclamaría Vito Corleone, «la familia». Y es que Cinema Cansino no solo es fruto del Rafael Cansino de los años 60 que, animado por sus vecinos, puso en marcha este mítico negocio de Tomares, sino que sus hijos: Rafael, Toñi y Pepi –ya fallecida– han sabido mimar y transmitir la esencia de este cine durante todos estos años. Un negocio, que pasa a ser afición, y que ha embarcado tanto a hijos, sobrinos como a nietos. Después de medio siglo, poco o nada tienen que ver los espectadores. «Antes no había televisión, no había nada, por lo que el cine era una ventana abierta al mundo», recuerda Cansino. Al igual que los domingos había que ir a misa, «también era obligado ir al cine». Salas que congregaban a la gran mayoría de la ciudadanía, después de que un joven Rafael Cansino paseara cartelera en mano por aquel Tomares de poco más de 2.000 habitantes anunciando la película del día. Y cuando las agujas del reloj daban la hora exacta, todo se oscurecía y el «ahora tan criticado» NO-DO era uno de los momentos más esperados por entonces. «Estábamos obligados a ponerlo y si había un día que pasaba algo y no había NO-DO, la gente se mosqueaba», recuerda. Aquellos tomareños se extrañaban y para Cansino aquellas imágenes del noticiario que proclamaba las idas y venidas del régimen franquista son, a día de hoy, «una gran fuente de la época». En medio siglo de vida han sido muchos los rollos de 35 milímetros que han rodado por los proyectores de la familia Cansino, pero ninguno como el de Los diez mandamientos, de Cecil B. DeMille, protagonizada por Charlton Heston. «Hay que trasladar la mente a la época de los años 50», insiste Cansino. Y es que mientras que en nuestros días vemos avatares sobrevolar mundos desconocidos o barcos históricos que se hunden con majestuosidad, por entonces «cuando Moisés partía en dos el mar, la gente se quedaba petrificada», cuenta. Y, pese a que la técnica hace virguerías cinéfilas, para Cansino «antes había más variedad y el cine que se hacía se rodaba en toda su esencia». El patio de butacas visto desde la ventana de proyección. El patio de butacas visto desde la ventana de proyección. La historia de Cinema Tomares bien podría proyectarse en una de esas bobinas que empalman rollos de 20 minutos y que tardan más de una hora en montar. Y es que, desde que el padre de Rafael tomó la claqueta de este negocio, los rollos de 35 milímetros se han amontonado en la sala de proyección, que todavía conserva una joya para los cinéfilos: un proyector de carbón, que más de medio siglo después –y es que la aventura cinéfila de los Cansino empezó en el invierno del 57– proyecta con la misma concisión que los nuevos artilugios. Pero el 35 milímetros tiene los días contados. «Las grandes productoras quieren que desaparezca para el año que viene y apuestan por digitalizar todas las proyecciones porque son más rápidas y baratas a la hora de realizar copias», explica Cansino. Sin embargo, la digitalización total del cine empujaría a Cinema Tomares a su desaparición, ya que, para seguir proyectando desde la pequeña ventana del muro, Cansino y su familia deberían desembolsar unos 60.000 euros, que es lo que cuesta el ordenador. No es la única amenaza a la que se ha tenido que enfrentar Cinema Tomares. Con la subida del IVA, los escasos beneficios que tenían han mermado más aún, además del 60 por ciento de la recaudación que se queda la distribuidora. «No puedo subir el precio de la entrada –de 4 euros– porque competiría con los multicines», sostiene Cansino. La piratería es otro de los enemigos de los cines, sobre todo para este de verano, y es que el hecho de no proyectar títulos de estreno hace que mucha gente ya haya visto la película, «y no precisamente en el cine». «La gente se la baja de internet y la ve cómodamente en su casa», comenta apesadumbrado. Mientras tanto, la familia Cansino seguirá batallando con su pantalla blanqueada a base de paciencia y cal de 72 metros cuadrados. Seguirá haciendo sus descansos a la media hora de la proyección «para que la gente compre el refresco» y velará por el cine desde donde mejor lo hacen: entre las butacas.

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