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Aburrimiento mediático

No es el día más agradable el sábado de farolillos para sentarse en los escaños maestrantes. El habitual público se ha esfumado totalmente. Nadie conoce a nadie. Nadie sabe donde está su asiento. Media plaza aún no ha encontrado su localidad cuando suena el pasodoble Plaza de la Maestranza y se inicia el despejo de plaza. (Foto: EFE).

el 15 sep 2009 / 03:08 h.

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No es el día más agradable el sábado de farolillos para sentarse en los escaños maestrantes. El habitual público se ha esfumado totalmente y debe andar por Matalascañas o apurando las penúltimas cañas de manzanilla. Nadie conoce a nadie. Nadie sabe donde está su asiento. Media plaza aún no ha encontrado su localidad -mosqueo va, mosqueo viene- cuando suena el pasodoble Plaza de la Maestranza y se inicia el despejo de plaza.

En esta tesitura, con el inevitable cartel de los llamados toreros mediáticos, la única actuación torera digna de tal nombre sólo podía llegar orquestada por El Fandi, pletórico y onmipresente en los dos primeros tercios y algo más difuminado en las faenas de muleta. El granadino había recibido al tercero de la tarde con una larga cambiada en el tercio a la que siguió un templado toreo a la verónica rematado con dos recortes en los que se sumó la sorpresa y la imaginación. Toda la lidia del toro recayó siempre sobre El Fandi, que la escenificó con variedad y autoridad tanto en la brega como en los quites. A tenor del tono que ya habían sacado los dos toros anteriores, El Fandi cuidó con mimo al animal en varas como preparación al pletórico despliegue que iba a llegar después del toque de clarines.

Difícil es trasladar al papel el sentido escénico, la geometría de las distancias y las querencias del toro que convierten el inmenso ruedo de la Maestranza en un tablero de estrategia y singular juego. El primer par, andándole para atrás por todo el platillo, levantó el primer clamor, que se mantuvo en el segundo, consintiendo mucho al toro; y en el tercero, que se resolvió al violín partiendo desde el estribo. Desgraciadamente, la alegría duró poco. El toro, que pareció mostrar cierto temperamento en el inicio de faena, acabó protestando y distrayéndose al final de los muletazos mientras el trasteo se diluía sin remedio.

No se amilanó por ello El Fandi, que volvió a salir a por todas al recibir el sexto, que crujió como una caña al pegarse un monumental volantín que debió mermar sus fuerzas. No se arredró el granadino, que volvió a hacerse único y absoluto protagonista de la lidia de su oponente, al que enjaretó un vistoso galleo por rogerinas para llevarlo al caballo. Con los palos llegó el delirio. Hasta cuatro pares de distintas marcas le obligó a colocar el público, que enardeció desde el primer par, con el toro en los medios; en el segundo, que remató cambiando la suerte y clavando por dentro lo que en principio se iba a resolver por fuera; en el tercero, casi de poder a poder; y en el violín que hizo cuarto antes de que sus alardes en la cara, parando al toro, terminaran de desatar el entusiasmo. El espectáculo no mantuvo, ni por asomo, el mismo nivel en la muleta. Tenía nobleza el toro por el pitón izquierdo en los primeros compases de la faena. Pero ni su sosería ni la labor del granadino consiguieron que el trasteo consiguiera un mínimo eco en los tendidos a pesar del evidente esfuerzo del matador, que se arrimó de verdad al final del trasteo aunque entonces, con el toro cada vez más quedado, la faena no iba a ningún sitio.

Del resto del pretendido espectáculo no hay mucho que contar. Sólo que al Cordobés le volvió a venir muy ancha la plaza de la Maestranza. A su primero, que hizo buenas cosas en el primer tercio, se lo asesinó el picador Juan Francisco Peña en un descomunal y desproporcionado puyazo que lo dejó para el arrastre. Noble, sin un gramo de peligro, y huyendo de su sombra, la faena sólo fue una pantomima en la que Manuel sacó algunos conejitos de su chistera. Para colmo de males, el de Arganda sorteó el mejor toro del encierro. Ese cuarto tuvo nobleza, recorrido y una excelente condición pese a su falta de raza que puso en evidencia al Cordobés, que sólo le cogió el aire en algún muletazo aislado.

A la vuelta de su carrera taurina, Rivera pareció estar en otra guerra. No llegó a pelearse con el molesto y rebrincado segundo pero tampoco, con el mucho más posible quinto. Ése fue un toro incierto y algo descompuesto en los inicios de faena pero que acabó entregándose a mitad del largo trasteo de Rivera Ordóñez, que sin que nunca le llegara el agua al cuello, no llegó a intentarlo nunca de verdad.

PLAZA DE TOROS DE LA REAL MAESTRANZA

Ganado: Se lidiaron seis toros de Torrestrella, bien presentados en líneas generales -a excepción del bastísimo cuarto- y de capas y hechuras variadas. El primero, asesinado en un brutal puyazo, acabó rajándose. El segundo fue muy molesto. Distraído, protestón y rajado el tercero. Noble y muy potable el cuarto. Algo incierto, el quinto tuvo muchas posibilidades. El sexto, noble por el pitón izquierdo, se acabó quedando muy corto.

Matadores: Manuel Díaz El Cordobés, silencio y silencio.

Francisco Rivera Ordóñez, silencio y algunos pitos

David Fandila El Fandi, ovación y silencio.

Incidencias: La plaza se llenó en tarde fresca.

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