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Agonía de los mercadillos

En medio de una de las faenas de Curro Romero en la Maestranza, en el instante en el que, con la muleta en la izquierda, invitaba al toro a arrancarse, un arenero entró al callejón por el postigo de la puerta de arrastre y, mirando los tendidos...

el 15 sep 2009 / 20:20 h.

En medio de una de las faenas de Curro Romero en la Maestranza, en el instante en el que, con la muleta en la izquierda, invitaba al toro a arrancarse, un arenero entró al callejón por el postigo de la puerta de arrastre y, mirando los tendidos repletos, dijo: "Parece que no hay nadie porque el silencio se masca". Casi lo mismo pero con sentido muy distinto habría que decir del medio centenar de mercadillos que, al parecer, tiene la Gran Sevilla; sólo suena uno, el de la bancada de la Expo en la Isla de la Cartuja, cuya mala prensa crece en proporción directa a la de la gente que lo visita.

Pero, aunque los carteristas y descuideros no faltaran desde los tiempos de Rinconete y Cortadillo y puede que desde bastante más atrás a estos eventos, era sólo un ingrediente más entre otros muchos, sobre todo el de la ilusión de encontrar algo inusual. Nada ha sustituido la imagen canallescamente dorada del Jueves en la calle Feria, cuyos días de gloria pasaron a mejor vida a pesar de su historia y de su literatura, que no había novela sevillana o libro de viajes que no lo nombrara. Nadie ha tenido iniciativa e imaginación para poner algo de especialización o personalidad propia en cada uno de ellos.

El de animales que fue de la Alfalfa languidece en la calle Torneo, con jaulas vacías en su recinto; una absurda norma (tan absurda como la de los líquidos en los aeropuertos) mantiene a cientos de jilgueros y canarios en los maleteros de los coches aparcados en la acera de enfrente y a vendedores y compradores en un cruce continuo por ese semáforo, seguramente el más transitado de Europa. Los mercadillos, que son parte de los días festivos de París, Roma, Hamburgo, Madrid o Amsterdam, son ahora mismo en Sevilla un toro que nadie, a pesar de tanta propuesta cultural y cívica, quiere torear.

Antonio Zoido es escritor e historiador

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