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Al final llegó el día

Obama tomó posesión de la presidencia de EEUU de América... y se convirtió, a juicio de algunos, en el hombre más poderoso del planeta, aunque tal como están las cosas parece que el poder mundial está más repartido de lo que se cree.

el 15 sep 2009 / 21:40 h.

Obama tomó posesión de la presidencia de EEUU de América... y se convirtió, a juicio de algunos, en el hombre más poderoso del planeta, aunque tal como están las cosas parece que el poder mundial está más repartido de lo que se cree. Sea como fuere, no se puede negar el liderazgo y la capacidad de influencia que ese país ejerce en el concierto internacional y, en consecuencia, la trascendencia que la política que despliegue su presidente tiene para todos los habitantes de este planeta.

Su candidatura primero y su elección después han suscitado muchas esperanzas, demasiadas se podría decir, como para que pueda responder a todas. Pero hay algo que ya le debemos de reconocer: la capacidad de ilusionar con la política, la capacidad de entusiasmar de nuevo a una ciudadanía desencantada de sus dirigentes y hacerles creer que aún es posible el cambio, que aún es posible otra forma de hacer las cosas. En medio de una crisis feroz en el orden económico y político que ha trastocado los valores de justicia y democracia, los damnificados del sistema se han identificado con este hombre elegante, de buenas maneras y de aspecto burgués, con el que se han sentido cercanos. Y ello no solo ha sucedido en EEUU sino que también ha ocurrido en lugares bien lejanos del epicentro político norteamericano, desde América Latina hasta el Extremo Oriente pasando por la vieja Europa. Una explicación de este comportamiento puede hallarse sin duda en el color de su piel, que ha aglutinado a todos los que son distintos, a los diversos, a los que no encajan en el patrón dominante, aunque convengamos en que lo único que separa a Obama de ese patrón es, precisamente, el color de su piel.

No obstante, lo que realmente ha constituido el motor de esta reacción de la ciudadanía ha sido su discurso, en el que han tomado cuerpo los valores, en el que se ha vuelto a hablar de democracia, de Estado de Derecho, de derechos humanos, de injusticia social, palabras defenestradas por la anterior administración y cuyo ejemplo había cundido en no pocos países y amenazaba con extenderse a muchos más. Ello demuestra que el hastío por la política, el desprestigio de sus líderes, la indiferencia hacia los gobiernos, es responsabilidad exclusiva de los que tienen por oficio la gestión de nuestros intereses.

Pone de manifiesto igualmente que cuando se sustituye la estrategia y el oportunismo por las ideas, es posible seducir a la ciudadanía que aún tiene hambre de valores que den sentido a su existencia. En este plano, de nuevo Obama, no ha fallado. Ya en su primer discurso denunció la falsedad del dilema entre seguridad e ideales; las primeras medidas que ha adoptado como presidente marcan una línea de gobierno que respeta los derechos humanos y quiere intervenir en el injusto orden económico que nos ha llevado a donde nos encontramos.

No podemos olvidar que Obama es presidente de EEUU y para ellos gobernará; que su política interior y exterior estará marcada por las necesidades de su país; que ésta responderá a las convicciones e idiosincrasia de esa nación que se ha construido a sí misma desde su particular trayectoria histórica y que tiene una cierta percepción mesiánica de su papel en el mundo. Obama es una solución, pero no toda la solución, porque esa la tendremos que elaborar entre todos en nuestros respectivos ámbitos políticos.

Rosario Valpuesta es catedrática de Derecho Civil de la Pablo de Olavide

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