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Alamillo: refugio vacacional

Bañistas, amantes del picnic y enamorados. Un público variopinto acude estos días al gran parque social de Sevilla para mitigar el calor.

el 25 ago 2014 / 10:00 h.

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A falta de playa y de piscina en el parque, bien vale una charca. / j. l. m.

Sería fácil reducir a titular un paseo dominical en agosto por el Parque del Alamillo: El verano de los sin playa; o algo similar. Pero como toda categorización es reduccionista por definición; esta no iba a ser menos. Es cierto que muchos de los que no pueden permitirse poner tierra de por medio encuentran en el gran parque social de Sevilla un sucedáneo en el que pasar eso que tan cursimente llamamos canícula. Pero no todos los que allí van a parar lo hacen motivados únicamente por las estrecheces.

A la una del mediodía de ayer, el termómetro marcaba unos generosos 37 grados. Pero la cifra de coches estacionados en el aparcamiento del parque fácilmente duplicaba los grados. Sumemos a ello los que llegan en bicicleta, patines o sobre otros objetos de dudosa estabilidad. ¿Se podría afirmar que el Alamillo estaba a reventar? No. Pero sí que había pensárselo dos veces antes de decidir dónde poner el mantelito del picnic. «Aquí estamos la mar de cómodos; los niños tienen todo el espacio que quieran para jugar; los perros, también, y nosotros echamos aquí la tarde sin gastar un euro», reconocía el argelino Mustafá, a quien los rigores del verano hispalense le deben parecer menos peligrosos que un gallifante rabioso.

A falta de playa y de piscina en el parque, bien vale una charca. / José Luis Montero A falta de playa y de piscina en el parque, bien vale una charca. / José Luis Montero

Coincidirá el lector en que hay que echarle un poquito de imaginación al Alamillo en verano. También valor. El alemán Johannes Lemper, turista temporal en el Sur de España, debe tener o mucho dinero para oculistas o unas gotas para las conjuntivitis fabricadas por los X-Men. Sólo así se explica su inmensa tranquilidad poniéndose en remojo en una charca de la que, por estas fechas, desaparecen hasta los patos. «Es agua buena, hombre, agua buena», repetía en un esforzado español con acento gramatical senegalés, o algo así:«Buena, buena agua, agua buena».

Más segura aunque bastante más sufrida era la situación de los gimnastas. A cada tanda de ejercicios, medio Guadalquivir en el buche para continuar. «Así se queman más calorías, la gente es que tiene mucho miedo al tiempo, yo vengo haga frío o calor, ¡que estamos en Sevilla hombre!», clamaba Manuel sin soltar los barrotes de los abdominales y con una carita similar a la que se le puede poner a uno ante la perspectiva de ver Ben-Hur en sueco con subtítulos en checo.

Un picnic por todo lo alto, ayer en el Alamillo. / j. l. m. Un picnic por todo lo alto, ayer en el Alamillo. / j. l. m.

Ya se sabe que en Sevilla hay quienes llevan en su código genético eso de al mal tiempo, buena cara, como la familia Ramírez, que en la mejor tradición de las historietas del TBO, se desplazó ayer al parque con todo el árbol genealógico a cuestas, cinco neveras de playa, ocho tortillas con y sin cebolla y tres sandías, dos de ellas sin pepitas. «Pues estaremos hasta que anochezca, ¡mira que chalet tan bueno tenemos!», bromeaban. No tendrían mar donde darse un chapuzón de vez en cuando, pero sí algo a su favor de lo que no gozan la mayoría de los bañistas:podían estirar los brazos sin necesidad de pringarse las manos con la crema solar del vecino de sombrilla.

Hace unos años, el director del Alamillo, Adolfo F. Palomares, afirmó a este periódico que le parecía «hermoso que la gente viniera a amarse» a este lugar. Y, desde entonces, no han parado de hacerle caso. Las praderas cartujanas son un imán para los dardos de Cupido. Una pareja entradita en edad se daba cariño pudorosamente resguardada entre unos tupidos matojos; y otra bastante más bisoña se entregaba al romanticismo en un idílico banco. También estaba quien simplemente paseaba a su perrillo; o los turistas empeñados en hacer caso a toda recomendación de su guía de viajes. Un heterogéneo refugio para un rato de asueto.

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