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Alberto en el corazón

Recibí junto con Alberto Jiménez Becerril una distinción de UNICEF en Madrid poco tiempo antes de su asesinato y el de su mujer a manos de ETA; estuvimos gran parte de aquel día juntos, hablamos de mil cosas de las que ya no me acuerdo pero si recuerdo que nuestras relaciones eran muy cordiales.

el 14 sep 2009 / 23:29 h.

Recibí junto con Alberto Jiménez Becerril una distinción de UNICEF en Madrid poco tiempo antes de su asesinato y el de su mujer a manos de ETA; estuvimos gran parte de aquel día juntos, hablamos de mil cosas de las que ya no me acuerdo pero si recuerdo -porque antes también lo habían sido- que nuestras relaciones eran muy cordiales. Es precisamente la multiplicidad de ideas, reflexionadas y expresadas en confianza, lo que hace posible y hermosa la libertad. Esa libertad que es herida cuando la expresión se vuelve acusación y una visión necrófila cubre con nubarrones el horizonte. Sucede cuando los muertos importan menos que la muerte. Las vueltas que da el mundo. En ese escenario se repetían anteayer los versos de García Lorca: la muerte ponía huevos en la herida a las cinco de la tarde. A pesar de que el Cardenal hablara de no endurecer el corazón para llenarlo con la esperanza de paz, había corazones acorazados, dispuestos para la guerra. Si el corazón abierto necesita la esperanza, el cerrado a cal y canto rebusca necrofilia amarilla, otra bala poderosa y aguda. Pone patas arriba la casa interior de cada uno, vuelve a sepultar a los caídos inocentes para poner sobre su túmulo no una cruz sino la espada dirigida como dedo acusador a otros inocentes. Coloca vallas a la memoria serena, tapona las lágrimas cálidas del luto. Todo para que los muertos no sigan en el corazón sino en las tripas.

Antonio Zoido es escritor e historiador

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