Cultura

Alma de ópera, perfume ligero, irregular Hendricks

Le resulta difícil a los programadores sevillanos agarrar las giras de artistas que se escapan de lo local o de lo mastodóntico. El término medio parece no existir.

el 15 sep 2009 / 00:42 h.

Le resulta difícil a los programadores sevillanos agarrar las giras de artistas que se escapan de lo local o de lo mastodóntico. El término medio parece no existir. Con los conciertos de Luz Casal, primero, y ayer, Barbara Hendricks, el Lope de Vega vuelve sus pasos sobre una línea muy acertada de la anterior gestión, la de abrir un hueco a la música en un espacio idóneo para propuestas como la que ayer presentó la soprano norteamericana Barbara Hendricks.

Vestida de jazz, la cantante, que no estalla nunca en hilarantes gracejos de diva, ocupa su primer plano dejando mucho espacio a los músicos, soberbios, que la acompañan, el cuarteto de Magnus Lindgren. Sin embargo, lo que el conjunto ofrece, por más empeño que se ponga, adolece de espontaneidad, todo está en su sitio, todas las entradas enunciadas, demasiada tirantez para rendir un homenaje sincero a la terrenal Billie Holiday.

La fusión de Hendricks, en algún lugar entre la ópera, el mundo del espiritual negro y el blues, concitó a un público variopinto. Una sociología a vuela pluma del aforo revela que la cantante, una de las mejores voces nacidas en el corazón de Estados Unidos, es capaz de hacerse con un séquito de apasionados seguidores que, sin embargo, guardaron ayer su entrega para mejor ocasión.

Con todo, el recital subió enteros con el bloque dedicado a Duke Ellington. Strange fruit, ribeteada por tonos fúnebres en el piano y oscuridades en la voz de la cantante o Sophisticated lady, con un peculiar juego de registros cercanos al gospel tuvieron personalidad propia, magnetismo y swing, ése duende del jazz que ayer hizo pellas.

En las coordenadas que Hendricks ha dibujado con los músicos se advirtió una forma de hacer que desfiguraba los temas -Don't explain- y que sólo respiraba a compás en los ejercicios virtuosos a solo, en donde a Lindgren no se le resistieron arabescos y arranques con temperamento en el saxo, el clarinete y en su prodigiosa flauta henchida de multifónicos.

Sólo al final, Hendricks, con su voz intensa y de perfecta entonación, se encontró realmente con el público y con su homenajeada, Billie Holiday. Fue cuando, cogida de la mano de Gershwin, fusionó temas de la ópera Porgy and Bess con el espiritual Amazing Grace. Aquí relució el carisma de la cantante, los surcos paralelos al fin se encontraron y el tono del grupo se desnudó de flacidez para acompañar con soltura y con imaginación, -sensacional el pianista Mathias Algotsson-. De propina la inmortal Summertime, patrimonio oral de la música ligera. Y también aquí, propiedad absoluta de la Hendricks.

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