Debido a la profesión de su padre, Selu Nieto se crio entre bambalinas y desde muy niño tuvo clara su vocación de cómico. No en vano comenzó sus estudios de arte dramático con tan solo 10 años y debutó profesionalmente con 15. De ahí que, a pesar de su juventud, cuente con una amplia trayectoria como actor y un singular dominio del lenguaje del clown. Podemos comprobarlo en este montaje en el que por primera vez ha cambiado su papel de actor por el de director y dramaturgo. Claramente inspirado en la estética de lo feo de Teatro El Velador, compañía sevillana con la que Selu ha trabajado como actor, la obra se sirve del lenguaje del clown y el humor de lo absurdo para proponernos una serie de sketchs cómicos y de situación que nos muestran a los personajes como seres desvalidos y desarraigados, cuyo único nexo de unión es la soledad y el sentimiento de pérdida. La dramaturgia opta por renunciar a la palabra en favor de la onomatopeya y la pantomima grotesca, potenciando su carácter cómico. Lástima que no acabe de rebasar las lindes del taller hasta profundizar en las emociones y conflictos que plantea. No obstante, es evidente que en el plano de la dirección Selu Nieto apunta maneras. Su puesta en escena sitúa a los personajes en un espacio imaginario y reproduce una poética de imágenes cargadas de simbolismo que ejercen de contrapunto con el humor de payaso blanco que define a los personajes. Teniendo en cuenta que se trata de un relato de corte secuencial que focaliza la historia en las acciones, cabe destacar que la dirección de Selu Nieto logra imprimir una curiosa fluidez al ritmo del espectáculo gracias a una acertada composición y, sobre todo, a una rigurosa dirección de actores. Claro que cuenta con tres cómicos talentosos. Manuel Ollero Piñata colma su personaje de ternura, Lina Noguero hace que sus gestos sean tan elocuentes como las palabras y María Díaz derrocha vis cómica.
