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Aquel Sevilla FC

Recuerda uno con más fuerza las vivencias de la infancia y de la adolescencia que los acontecimientos más cercanos. Son complejos mecanismos de defensa del alma. Por ello, en estos días en que conmemoramos el cincuentenario del estadio Ramón Sánchez Pizjuán, quiero evocar aquellos domingos felices en los que me desplazaba andando...

el 15 sep 2009 / 12:07 h.

Recuerda uno con más fuerza las vivencias de la infancia y de la adolescencia que los acontecimientos más cercanos. Son complejos mecanismos de defensa del alma. Por ello, en estos días en que conmemoramos el cincuentenario del estadio Ramón Sánchez Pizjuán, quiero evocar aquellos domingos felices en los que me desplazaba andando desde la Puerta Real a Nervión a ver a mis ídolos allá por los años 1958-1965.

Eran alineaciones que sigo teniendo grabadas a fuego: Javier, Manolín o el levantino Mut en la portería; Romero, una roca en la banda, de lateral derecho (después Santín y Juan Manuel), el gran Marcelo Campanal de central (que se alternaba muchas veces con Maraver) y siempre Valero en la zaga izquierda. En la media recuerdo un tándem de lujo: el genial Manolo Ruiz Sosa (hasta que se lo llevó el Atlético de Madrid, momento en que entraría Moya antes de tomar la guitarra) y el paraguayo Achúcarro, que parecía una división Pánzer él solo en medio del campo.

Y, delante, la llamada "delantera de seda", integrada por el también paraguayo Agüero, el argentino Diéguez (mi ídolo favorito, que regateaba a su propia sombra), el levantino Antoniet en el centro, Chus Pereda de interior izquierdo (uno de los grandes del fútbol nacional) y el húngaro Szalay, una bala por la banda. Hoy habría que vender el campo para pagar esa delantera, aunque en su época eran menos divos y con emolumentos mucho más menguados.

Ese era el Sevilla de mi alma y de mis sueños. Nací y sigo siendo palangana, como mi padre. Porque no todos los montañeses que llegaron a Sevilla a principios del siglo XX se hicieron béticos, como alguna vez creo que leí en un artículo de mi admirado compañero de Academia Antonio Burgos. Hoy ya voy poco al fútbol. Y si vuelvo es porque de nuevo hay un Sevilla F. C. que juega al ataque. Porque el fútbol es espectáculo. Y el espectáculo lo brindan los goles. Lo demás es cuento macabeo. Menos centro del campo y más punterazos hacia la escuadra.

Por eso recuerdo también aquel Betis de Otero, Portu, Ríos, Santos, Lasa, Areta y Del Sol; aquel Real Madrid de Di Stéfano, Puskas y Gento; el Atlético de Madrid de Vavá, Peiró y Collar; o aquel legendario Barça con Ramallets de portero y aquella delantera de oro (Tejada, Kocsis, Martínez, Suárez y Czibor) que sembraba el pánico entre los sevillistas cada vez que saltaba al césped del Sánchez Pizjuán.

Pocos meses antes de morir en 2005 el gran José Carlos Diéguez, me lo encontré en el puente de San Telmo cuando yo marchaba camino de la Universidad. Lo saludé y tomamos café en la cafetería José Luis de la Plaza de Cuba. Convertido ya en empleado del club, cuarenta años después, le conté que fue mi ídolo juvenil. Hablamos de muchas cosas y del fútbol actual. Él se emocionó. Recuerdo su mirada profunda y su nariz aguileña.

En él y en su memoria quiero personificar mi homenaje al Sevilla F. C. de aquellos años. No se si Del Nido leerá este artículo. Pero a ver si me hace llegar una fotografía de aquel equipo para clavarla en la página de mi corazón en la que guardo mis mejores recuerdos infantiles.

Catedrático de Historia de América y miembro del Consejo Editorial de El Correo.

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