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Aquí no ha pasado nada

Una templada faena sirvió para reencontrar los mejores registros de El Cid en una tarde en la que se entregó a tope El Fandi.

el 22 abr 2012 / 21:01 h.

Rivera Ordóñez, el nuevo Paquirri, se mostró sobrio, clásico y profesional aunque a su lote de toros le faltaron más bríos.

El ciclo abrileño ya ha doblado su ecuador y produce cierto vértigo asomarse a lo que está por venir, sobre el papel, para empezar a pensar que de alguna manera el pescado empieza a estar más que vendido. Ya se ha mostrado que el único que ha tenido capacidad de llenar el coso sevillano ha sido Manzanares aunque Morante lo rozó en una tarde que tampoco le sirvió para sembrar como en otros ruedos. Ayer mismo, en una fecha infalible en otros tiempos y con un cartel de extraña alquimia se mostró cual puede ser el tono de lo que queda aún, en espera de la nueva venida del mesías alicantino que sí tiene reventadas las taquillas y esa vergonzante reventa con la que nadie quiere acabar.
Y si el cartel chocaba, aún seguía pesando la cumbre escalada el pasado viernes y el personal se dispuso a sobrellevar el festejo sin demasiadas pretensiones, pensando que otro día escampará. Y eso que se disgustó, sin demasiados aspavientos, con la invalidez del encierro de Torrehandilla, que tuvo que ser remendado con un feote sobrero de Montealto que, con sus cositas, podría haber dado más de sí.

Había echado la cara arriba y protestado en los caballos en una suerte de varas que no pasó de simulacro. Y aunque salió muy distraído, siempre a su aire, no estaba exento de posibilidades. Andarín, un pelín mironcete pero con una aprovechable movilidad, hizo pasar un indisimulado mal rato a El Cid, al que le falló la seguridad en sí mismo para acertar a tocar y fijar una embestida que necesitaba ser orientada.

Mosqueó que el diestro de Salteras, una vez más, no hubiera sido capaz de resolver los problemas que le había planteado ese toro pero para no fallar a su proverbial fama en los sorteos se encontró con un quinto de buena nota al que toreó con templanza a la verónica. En esos lances se desplazó el toro mejor por el pitón izquierdo que por el derecho que, a la postre, sería el más potable en una faena de muleta que sirvió al saltereño para reconciliarse consigo mismo y con todos los que saben que el torero de los últimos años no es el mismo que aquel gran Cid de los días de vino y rosas que reventaba la Puerta del Príncipe. Posiblemente, en aquella época habría cortado las dos orejas del toro pero también es cierto que la faena estuvo bien estructurada, bien hecha y mejor dicha, especialmente en varias series en redondo rematadas con pases por alto y de pecho en los que se sacó al toro por el hombrillo contrario. Pero más allá del trofeo que se pudo escamotear en el pinchazo que precedió a la estocada y de la bondad de un toro que, quizá, tuvo más que torear hay que salvar la renovada predisposición de un torero que ayer, por fin, sí se pareció a sí mismo.

El Fandi acudía a Sevilla recién reaparecido de la fractura de costillas que se produjo en el estreno de la temporada, toreando a favor de los enfermos del Cáncer en la plaza de Córdoba. Y el granadino tampoco quiso dejar pasar cualquier oportunidad de lucimiento a pesar de la invalidez de un encierro que ya tenía colmadas la paciencia del público.  El Fandi sorprendió a muchos -que se frotaban los ojos- toreando a la verónica con empaque, temple creciente y sentido clásico al tercero de la tarde, al que colocó un meritísimo par por los adentros en el que se jugó la vida sin ningún miramiento. Lástima que ese mismo toro, que se quedó prácticamente sin picar, fuera tan tardo y probón en la muleta del granadino, que no se aburrió de estar en la cara intentando sacar agua de un pozo cada vez más seco.

Pero la gente estaba con él y le abrigó desde que salió el sexto, un animal de descomunales pitones que tuvo mejores inicios que finales. El Fandi se mostró esta vez más sobrio con los palos aunque destacó especialmente en un par resuelto desde los terrenos de dentro a las afueras y en un entonado trasteo en el que hubo mejor y mayor acople en las series iniciales, aguantando algunos paroncitos y dudas del toro. Pero el de Torrehandilla, que no llegó a entregarse por completo, se acabó desinflando y hasta se echó antes de que el torero le cuadrara para matar. No pocos espectadores pidieron una oreja que la presidencia no concedió aunque cambió por una vuelta al ruedo postrera en espera de la próxima, el Sábado de Farolillos.

Rivera Ordóñez, el nuevo Paquirri, volvía a la plaza de la Maestranza después de decidir unilateralmente su incomparecencia en el ciclo anterior. Francisco, asumiendo la grandeza del escenario, se mostró sobrio, clásico y muy profesional toda la tarde, especialmente en el manejo del capote con el que esbozó esos lances rodilla en tierra de sus tiempos más gloriosos. Paquirri también banderilleó con suficiencia al primero del encierro y se mantuvo siempre muy templado con el blando y noble primero, rebrincado de puro flojo. Pero Rivera tendría muy pocas opciones con el toro que hizo cuarto, un precioso castaño, muy bien hecho, que estaba absolutamente vacío de contenido.

PLAZA DE LA REAL MAESTRANZA
Ganado: Se lidiaron cinco toros de Torrehandilla, el primero marcado con el hierro filial de Torreherberos. Ese primero fue noble pero rebrincado de puro flojo; tardo y probón el tercero; sin alma el cuarto; con clase y bondad el quinto y de más a menos el sexto. El segundo fue un sobrero de Montealto, posible pero mironcete y andarín.
Matadores: Rivera Ordóñez Paquirri, de azul Carretería y oro, ovación y silencio.
Manuel Jesús El Cid, de azul pavo y oro, silencio y ovación.
David Fandila El Fandi, de carmín y oro, ovación y vuelta al ruedo tras petición.
Incidencias: La plaza registró menos de tres cuartos de entrada en tarde primaveral que culminó fresca. Destacó con los palos el banderillero José Manuel Fernández Alcalareño.

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