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Arte jondo a la luz de la luna

el 05 ago 2012 / 19:38 h.

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Este año había que salvar como fuera al Gazpacho Andaluz de Morón, que además homenajeaba al gran aficionado Alfonso López Barroso, quien vivió una noche de grandes emociones. La falta de presupuesto obligó a la organización a confeccionar un cartel sin grandes lumbreras, pero con artistas jóvenes ya muy conocidos: Mari Peña, José Valencia, Antonio Reyes y Jesús Méndez, en el cante; en el baile, el fenómeno local Pepe Torres; y en el toque de concierto, dos nietos de Paco del Gastor que van para figuras de la sonanta, Antonio del Gastor y Gastor de Paco, además de otro joven y fino concertista local, Saúl Cabrera.

Haciendo la apuesta por artistas sin mucho renombre, corrían el riesgo de que fueran pocos aficionados al colegio Salesianos, pero casi acabó llenándose el patio del centro de un público correcto en su mayoría, aunque muchos fueron a cantar, bailar, beber y tapear en la barra del ruidoso ambigú.

Con la luna alumbrando el patio generosamente, la utrerana Mari Peña se encargó de demostrarnos que en la tierra de los mostachones hay una escuela de cante que nunca morirá, por la que dieron la vida Mercedes la Sarneta, Fernanda y Bernarda, Perrate y Gaspar. Acompañada a la guitarra por su marido, Antonio Moya -hay que quitarse el sombrero ante este tocaor-, la cantaora se templó bien por tientos-tangos, soleá, cantiñas de Pinini y bulerías de su tierra. Es una artista que nunca te intenta vender el burro con la clásica picaresca calé: da lo que sabe dar y lo hace echando el corazón por la boca, de una manera muy natural.

El lebrijano José Valencia se hizo acompañar por otro gran guitarrista, el malagueño Juan Requena -fue noche de guitarras jondas-, para entregarse en cuerpo y alma, en una pelea con el cante que no siempre ganó. Es impetuoso y su eco de voz puede ser el de esta época, pero faltó ligazón en la soleá y regusto en las cantiñas de Pinini. Sin embargo, en las seguiriyas logró acabar dos buenos cantes, uno del Loco Mateo (Oleaítas de la mar), y otro de El Marrurro (Tú no tienes la culpa), quizá lo mejor de lo que hizo. Acabó con una larga tanda de bulerías, con una fuerza sobrehumana y una gitanería sin fisuras. Tiene dos asignaturas pendientes, si quiere romper en cantaor grande: dominar su ímpetu y quitarse el baile de la cabeza.

Me contrarió un poco el jerezano Jesús Méndez, al que había escuchado hace una semana en Martín de la Jara. Esperaba algo más de él en una plaza donde no se puede matar al toro de un cabezazo, sino al volapié, aguantando o al encuentro, pero después de torearlo y no de marearlo con la muleta. El que tiene la fuerza es el que la usa, pero no todo se puede basar en la fuerza. Méndez tiene posibilidades enormes de mandar en el cante, en lo que es la escuela que ha elegido, pero tendrá que estudiar y encontrar su propio camino, en vez de andar caminos ya transitados por otros. Emotivos su calco de la soleá apolá de Antonio Mairena (Charamusco, Charamusco), su pregón de Macandé y los fandangos chocolateros. También el guiño caracolero en las bulerías, con un Antonio Higuero inmenso en la guitarra. Quizá fuese en las seguiriyas donde más se encontró, sobre todo en el cante del Loco Mateo (Desde la Porberita), que difundió el olvidado Carito de Jerez. Tiene una gran oportunidad y debe saber aprovecharla, pero tendrá que trabajar con talento.

Fue el chiclanero Antonio Reyes quien más me gustó, aunque se empecinara en explotar a Camarón. Diego Amaya a la guitarra, que da siempre lo justo al cantaor -¡pero cómo lo da!-, le llevó como la seda para que embelesara con su precioso sonido en alegrías de Cádiz, tangos, bulerías y fandangos. Y para que en las seguiriyas demostrara que en este cante no hay que dar voces, como hace años demostraron ya Don Antonio Chacón o su discípulo, el gran Juanito Mojama. La seguiriya es más un rezo que un pregón de plaza de abastos.

Soy un gran admirador del bailaor moronero Pepe Torres, uno de los pocos que hoy baila flamenco de verdad. Se trajo al Séptimo de Caballería para el cuadro y nos brindó unas alegrías preñadas de poses flamenquísimas, de paseos muy gitanos, de cierres muy personales y una jondura extraordinaria. Si tuviera que irme a una isla desierta me llevaría dos cosas fundamentales y muy personales, que me callo, y a este bailaor para que me quitara las ganas de regresar al reino de Rajoy.

Dejamos para el final a los guitarristas de concierto. Fueron demasiadas guitarras en esta faceta, pero en Morón no hay más remedio que darle protagonismo a la bajañí. Saúl Cabrera deslumbró por su técnica, y tocó muy bien el chaval. Pero fueron los nietos del maestro Paco del Gastor -Gastor de Paco y Antonio del Gastor-, quienes nos dejaron con la boca abierta. ¡Cómo están evolucionando los dos! Envuelven la rica escuela familiar en un precioso velo de depurada técnica.

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