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Atlas de los Nombres Verdaderos

Las nuevas medidas propuestas por el Ministerio de Salud contra la gripe A han generado cierta polémica entre la población española. Sobre todo, entre los crisitianos católicos practicantes que no están dispuestos a dejar de besarle la mano a la virgen como medida de prevención.

el 28 sep 2009 / 12:26 h.

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Una anciana con cara de no estar dispuesta a morirse ni un segundo antes de que Dios quiera, de lo cual no parece haber indicios, atraviesa el portón de la basílica y, arrastrando adentro algo del calor inmenso de la calle (que se disuelve enseguida gracias al potente aire acondicionado), se dirige calmosa hacia la pila de agua bendita de la derecha, donde mete los dedos de santiguarse. Se persigna, se ajusta las gafas, se quita el agüílla de la nariz con la misma mano y se sienta. Al minuto, un muchacho con gafas y un polo verde se levanta del confesionario (cabe suponer que absuelto) y acude también a la pila, como harán luego algunos más.

En misa hay 24 personas. Ni siquiera la Macarena genera en las tardes de entre semana de agosto, como se vio ayer, el magnetismo suficiente como para sacar al rebaño de sus rediles, turistas aparte. Si acaso, arranca de los autobuses a algún estudiante venido de la biblioteca o alguna inmigrante de vuelta de sus quehaceres. Demasiado calor: 42 grados. Las barras del C2, empañadas de dedos anteriores, se llenan de nuevo de manos antes de descargar ante el Parlamento su pequeño porte de trabajadores al término de la jornada. Antes, algunos han tosido tapándose con la mano, en el mejor de los casos, o se han pasado el índice por el bigote por tener algo con lo que entretenerse durante el trayecto. Dos amigas rodeadas de niños se encuentran a besos en la esquina en sombras de Resolana. Pronto, sus hijos y otros miles de niños harán lo mismo en los colegios.

El Ministerio de Sanidad acaba de pedir que la gente no se bese, no se dé la mano, no acuda a besar las de los santos y extreme la higiene. Pero detrás de donde se han encontrado esas señoras, en la basílica, fiel al principio de dejar al César lo que es del César, el cura invita a darse la paz y los feligreses, todos ellos, se estiran para dar la mano efusivamente al vecino del banco de delante, al de detrás y a cuantos otros quieran sumarse, sin intercambiarse previamente ninguna información sobre sus respectivos hábitos higiénicos. Eso alargaría mucho la ceremonia. Antes habían sido las lecturas, que, por no ser de periódicos, no decían nada de la gripe. Una de ellas, por lo que se le pudo entender al cura, iba sobre ciertas movilizaciones sindicales en plan Elia Kazan contra el dueño de una viña, parábola cuya moraleja es que los últimos serán los primeros, se pongan estos como se pongan.

Acogido a sagrado, tan fresquito, a uno no puede menos que írsele la cabeza desde el viñador de la parábola hasta el Egipto bíblico de las siete plagas, donde también los jóvenes (los primogénitos, dice aquel relato) morían salvo que tuviesen una marca a modo de vacuna. El ángel exterminador fue el arma decisiva de aquella incursión bélica antes de que Yavé decidiera (unilateralmente, dicho sea en su defensa) la supresión de parte de su arsenal militar. Lo que en ningún pasaje de la Biblia se dice es que dicho enviado celestial no esté en condiciones de ponerse operativo a la menor señal de su comandante en jefe. Tenga o no que ver con esta digresión, los carteles anuncian para hoy un nuevo besamanos de la Virgen de los Reyes. Las autoridades sanitarias lo desaconsejan. Sobre las barras de los autobuses aún no han emitido comunicado alguno en particular. La población sevillana está tranquila.

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