La obstinación del cine norteamericano (tanto el de EE.UU. como el canadiense) por ofrecernos una y otra vez remakes de cintas europeas ha llegado a tal punto que más le valdría a los productores del otro lado del charco empezar a pensar si hay algo que no funciona del todo en la supuestamente bien engrasada maquinaria cinematográfica de su continenente. Y si en la mayoría de las ocasiones, al poco interés de volver a ver una cinta similar (cuando no copia descarada) se une el que venga firmada por un director de esos que podríamos denominar "mercenarios de estudio", cuando una cinta viene firmada por un cineasta tan reputado como Atom Egoyam, la cosa podría parecer que debe cambiar.
Desafortunadamente ese no es el caso de Chloe, remake de la francesa Nathalie X que, más que intentar renovar sobre el material de la cinta con Ardant, Depardieu y Beart, parece interesada en remover los escasos rescoldos que dejara, allá por mediados de los ochenta, el trilladísimo esquema del Atracción fatal de Adrian Lyne.
De la mezcla entre ambas producciones surge un filme deslavazado y tremendamente previsible (quien no se vea venir el final de la cinta y el supuesto giro argumental del mismo es que poco cine ha consumido) en el que ni siquiera la presencia de Liam Neeson y Julianne Moore resulta digna de ser reseñada, apoyándose la cinta en última instancia en la correcta labor de un Atom Egoyam que, eso sí, saca un partido fantástico de las diversas localizaciones de Toronto en las que la cinta desarrolla sus inertes e inanes acciones.
