Cultura

Aumenta la extravagancia

La célebre librería de viajes de la Alameda vende el 40% más desde que se mudó de acera hace un año, gracias a lo vistoso del lugar... y a que la gente necesita guías para el exilio

el 25 nov 2013 / 08:30 h.

TAGS:

Joaquín Sovilla, uno de los cooperativistas de La Extra-Vagante, en su librería de la Alameda de Hércules. Joaquín Sovilla, uno de los cooperativistas de La Extra-Vagante, en su librería de la Alameda de Hércules.

Dicen que en la Casa de las Sirenas hay fantasmas. Debe de ser algo muy común por esa parte de la Alameda. Porque justo al lado de esa pomposa casa de putas reconvertida en centro cívico hay un encantamiento evidente. Allí, curioseando por los pasillitos que forman las estanterías de La Extra-Vagante, la sensación de estar ante algo extraordinario se hace imponente para el que ama los libros. Hace un año aún seguían en la lejana acera de enfrente, en un localito más tirando a vagón de tren de posguerra o a desván impracticable que a la librería espaciosa y con escaparate que hoy es. A cambio, entonces tenía un patio que gozaba de la sombra anaranjada de un enorme mandarino del que pendían docenas de libros (otro fenómeno insólito) y que hacía de rótulo para este establecimiento dedicado a los viajes, en el más amplio sentido de la palabra. Superada esta melancolía del mandarino en flor, hoy están más contentos que entonces: las ventas han subido un 40% según Joaquín Sovilla (uno de sus cooperativistas y dependientes). Tiene que ver con la mudanza, sí. “Aquí somos más visibles”, explica. Pero también con los imperativos del exilio, que ha llenado aquello de clientes en busca de guías de otros países.

“Me resultó extraño”, dice Joaquín. “No vienen tanto por guías de Alemania o de China como de Ecuador y Bolivia. Y son muchos. Es difícil de entender. ¿Quién se va a Bolivia a buscar trabajo? Me da la sensación de que esos destinos son sobre todo para determinadas élites que van ya a tiro hecho”, barrunta, acompañando las cursivas con una leve contracción de párpados, y dejándolo ahí; en ese misterioso suspense que tan bien le sienta al ambiente de misterio y encantamiento del lugar. A fuer de estrictos, habría que decir que en La Extra-Vagante lo que hay son libros de escritores que alguna vez pensaron algo diferente. Lecturas con las que se viaja, ciertamente. Y no están todos, ojo: solo los que han sido editados con amor. Por allí campan las editoriales Nórdica, Sexto Piso, El Zorro Rojo, Impedimenta... “la literatura más cuidada. El premio Planeta lo tenemos escondido en un cajón por si viene alguien a pedirlo. No somos demasiado comerciales. Y no somos políticamente correctos. Tenemos una buena conexión con el público heterodoxo. En nuestra sección infantil no hay nada de princesas ni de príncipes. Una vez nos llegó una colección que eran cuentos para niños y cuentos para niñas, y claro, los devolvimos. Y por supuesto, de autoayuda, nada”, dice el librero, y aplauden los fantasmas desde aquí hasta la Casa de las Sirenas.

El lugar ayuda. La Alameda no puede acoger otra cosa. Chocaría tanto como ver por allí a alguien sin un perro suelto. De hecho, cerca de allí hay unas cuantas librerías de estilo, por así decir, que están en conversaciones para unirse en una asociación para hacer cosas juntos, organizar actividades e incluso concurrir en bloque a la Feria del Libro: ellos, El gusanito lector (Feria), Birlibirloque (Amor de Dios), Nuño (San Luis), Relatoras (Relator), Rayuela (José Luis Luque) y Un gato en bicicleta (Regina). Cada cual tiene su especialidad: la poesía, la literatura hecha por mujeres, los niños, el diseño gráfico... “La idea es empezar ya el año que viene, para que nos dé tiempo de ir a la Feria del Libro, si se puede.”

En las baldas hay vinilos, tazas de café, postales y sobres para envíos por avión, globos terráqueos, “regalería”, como dice el encargado. Desde los estantes llega el susurro clandestino de Vicente Blasco Ibáñez con su libro París, una obra con fantasma también y con una increíble historia. Y llega también la voz de Stevenson, con La isla del tesoro ilustrada. Y las memorias irremediables de Zweig. Y los paseos otoñales de las Brontë. Y las toses de Mann. Y los rasgueos de violín desde el 221B de Baker Street. Y los destemplados gritos de la reina de corazones. Y el silencio de los Emigrantes. Y el ruido de cadenas de un espectro que dice que una tablet no huele a papel. Un espectro extra-vagante.

  • 1