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¡Ay!, el agua corriente...

Mi abuela materna, Mamaría en la terminología familiar, había nacido en Almería en 1874. Vivió noventa y siete años y, por tanto, fue testigo de todos los grandes descubrimientos de finales del siglo XIX, desde la luz eléctrica, el ferrocarril, el teléfono, a comienzos del XX, con la llegada de la radio, el cinematógrafo y, andando el tiempo, el frigorífico, la penicilina, la televisión.

el 15 sep 2009 / 10:10 h.

Mi abuela materna, Mamaría en la terminología familiar, había nacido en Almería en 1874. Vivió noventa y siete años y, por tanto, fue testigo de todos los grandes descubrimientos de finales del siglo XIX, desde la luz eléctrica, el ferrocarril, el teléfono, a comienzos del XX, con la llegada de la radio, el cinematógrafo y, andando el tiempo, el frigorífico, la penicilina, la televisión. Pero de todos esos grandes avances que cambiaron el mundo, Mamaría apreciaba sobre todas las cosas el agua corriente. Eso de abrir un grifo y que saliese agua le hacía exclamar: "Si, sí, todos los descubrimientos que a lo largo de mi vida he visto eran maravillosos. Pero, ¡ay!, ninguno como el agua corriente".

Traigo a colación este recuerdo porque acabo de escuchar por la radio a un niño saharaui del programa "Vacaciones en paz" que lo que más le gusta de su estancia estival en Andalucía es abrir un grifo y que salga agua. El agua corriente que decía mi santa abuela. Estos niños, acogidos en nuestros pueblos y ciudades por familias españolas durante el verano, viven en los campamentos de Tinduf bajo la lona de las jaimas a 50 grados y, desde luego, sin agua corriente ni las más elementales condiciones de lo que en Europa entendemos por confort.

Cientos de miles de habitantes del planeta están asimismo privados del agua potable, canalizada y presta a salir como un chorro de vida por ese ingenio hidráulico que conocemos como grifo, hoy sumamente sofisticado. Y cientos de miles continúan acarreando vasijas y cántaros para el consumo doméstico, exactamente igual que en la España del XIX cuando las mujeres acudían a la fuente más cercana en busca del líquido elemento. Aun nuestra memoria infantil está poblada de imágenes de cántaros a la cabeza, sin ir más lejos en Mojácar, y de burros con aguaderas de esparto subiendo la cuesta empedrada de algún lugar de las Alpujarras.

Sin deslizarse por ninguna cuestión política, hay que brindar con agua (bendita) por esta meritoria campaña anual de "Vacaciones en paz" que organizan las juventudes saharauis con la colaboración de las Comunidades autónomas, entre ellas la de Andalucía. Es la solidaridad en grado excelso. El solo hecho de ver a esas criaturas disfrutar durante los insufribles meses de julio y agosto junto a sus familias de adopción, es un esfuerzo que ha merecido la pena.

Como país desarrollado y protector de los Derechos Humanos, España dedica cada vez más atención y recursos a la ayuda al tercer mundo. La labor de la Secretaría de Estado de Cooperación, que dirige la entusiasta y eficaz Leire Pajín, se dirige en distintos frentes, y no es el menos importante el programa que invierte en las traídas de aguas y saneamiento en zonas especialmente deprimidas de África. Ingenieros españoles y técnicos de alta cualificación están colaborando en esos programas de ayuda al desarrollo financiados por el Reino de España cuyo último objetivo, dicho sea tan simple como gráficamente, es que un niño abra un grifo y salga agua.

Periodista

gimenezaleman@gmail.com

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