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Ay, río de Sevilla

He vuelto a leer en estas noches un libro excepcional, Mitos y utopías del Descubrimiento, de Juan Gil, por cuyas páginas fluye la Filosofía de la Historia. Podría haberse llamado también Fulgor y caída de Colón o Big Bang y orto de Sevilla porque, a la vez que el genovés se hundía, enmarañado en la teoría...

el 15 sep 2009 / 12:05 h.

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He vuelto a leer en estas noches un libro excepcional, Mitos y utopías del Descubrimiento, de Juan Gil, por cuyas páginas fluye la Filosofía de la Historia. Podría haberse llamado también Fulgor y caída de Colón o Big Bang y orto de Sevilla porque, a la vez que el genovés se hundía, enmarañado en la teoría de su llegada a la India, se imponía la realidad de un nuevo mundo con Sevilla como centro. Cuando se dio cuenta de ello, la ciudad se volvió loca, con la locura que pinta Luis de Peraza en su Historia, la que ahora parece mítica siendo real como la vida misma.

El Guadalquivir dejó de ser el Río Grande de Al Ándalus y se volvió mar sevillano. Se olvidó de la Albolafia cordobesa y volcó su orgullo en San Juan de la Herradura; hasta allí y más allá llegaban los atraques de barcos: A San Juan de Alfarache/ va la morena/ a trocar con la flota/ plata por perlas, es otra estrofa de la sevillana Ay río de Sevilla, de Lope de Vega, recuperada por Lorca para Café de Chinitas y cantada maravillosamente la otra noche por Esperanza Fernández.

Pagó su soberbia cuando después hubo de compartir la decadencia y hasta el anatema. En medio de la locura, dos hilos siguieron manteniendo la unidad fluvial: uno, las almadías de troncos que venían desde la Sierra de Segura hasta el Real Almacén de maderas; hoy tan sólo lo recuerda el perfil de su edificio y una calle que algún piadoso -y culto- munícipe dedicó a aquella población. Dos, las Arenas Gordas de Sanlúcar, en el último meandro: están formadas por los cantos que fueron rodando hasta allí durante milenios desde las tierras jiennenses. Son, para la personalidad andaluza del río, como las pruebas de la existencia de Dios de Santo Tomás. Así es, aunque no lo recoja el Decreto de Transferencia.

Antonio Zoido es escritor e historiador

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