Deportes

Cataluña, tierra talismán

Al igual que sucediera en la primera jornada en Sabadell, el Betis caminó alentado por el masivo apoyo de sus aficionados.

el 22 sep 2014 / 10:25 h.

Girona5 copia La grada de Montilivi que ocuparon los aficionados béticos durante el partido con el Girona. Foto: LOF. La distancia que separa la capital de Andalucía de la comunidad catalana no supone un problema para que el gran número de béticos residentes a mil kilómetros de Sevilla vivan el desembarco de su equipo allí. Un gran acontecimiento. Conscientes de lo mucho que se jugaba el Betis en Montilivi, éstos no dudaron desde primera hora del domingo en acompañar a la plantilla de Velázquez en el hotel de concentración. Allí tuvo lugar, a media mañana, un encuentro con la expedición verdiblanca, como primer aperitivo. Pero, como suele pasar en estos casos, los preparativos del encuentro llevaban en pie desde muchas semanas atrás. En concreto, desde que finalizó el primer partido liguero en la Nova Creu Alta. Al acabar ese duelo, muchos béticos se despidieron en los aledaños del estadio con un “¡nos vemos en Girona!”, donde en menos de un mes han podido ver nuevamente a su Betis ganar, nada fácil en los tiempos que corren y no exento de sufrimiento, para variar. La marea verdiblanca volvía a tener como puntos de salida, Rubí, Santa Coloma de Gramenet, Ripollet, Olesa de Montserrat, Terrassa, Mataró o Sabadell, entre otros. Todo esto, comandado por la Coordinadora de Peñas Béticas de Cataluña, la cual había organizado una previa, después del acto con los jugadores, en la Masia Maikel, de la población de Fornells de la Selva, a apenas un kilómetro de distancia del estadio de Montilivi. El lugar también sirvió de punto de encuentro con un sector de la afición del Girona. No hace falta resaltar el buen y despreocupado ambiente que reinó durante las horas previas. Un carácter distinto en uno y otro bando. Mientras que los aficionados gerundenses se lo tomaban con la tranquilidad de ver a su equipo en la zona alta de la tabla tras firmar un gran arranque, los béticos, si bien con la felicidad de poder ver nuevamente a los suyos, con la incertidumbre de saber qué Betis iban a ver tras dos derrotas consecutivas y la necesidad imperiosa de ganar. El ambiente en Montilivi volvió a ser espléndido. Un estadio pequeño con una parroquia no muy dada a la fogosidad con la que se emplea la verdiblanca a la hora de animar. Una pasión que se convirtió en la enésima decepción tras el gol de Felipe Sanchón. Pasajera, eso sí, al ver que Rubén Castro empataba el encuentro. Más de uno suspiró con cierto alivió al voltear el canario el marcador. Y al descanso, echando la vista atrás, muchos atisbaban que el poco convencimiento que transmitía el equipo de Velázquez, pese al 1-2. A diferencia que en Sabadell, donde el Betis marcó tres goles justo en la portería donde estaban instalados la mayoría de la afición visitante, enMontilivi les tocó celebrarlo en la lejanía. Pero no querían que el partido acabara sin que algún jugador verdiblanco volviera a introducir el esférico en la puerta del badalonés Isaac Becerra. Así fue, quién sino. El canario volvió a desatar la alegría a un palmo del graderío teñido de verdiblanco. Los saltos y abrazos se reeditaron con algo más de tranquilidad y convencimiento. Las embestidas del Girona todavía inquietaban tras el recuerdo de Sabadell. En esta ocasión no hubo sobresaltos de última hora y la visita a Cataluña  se volvió a saldar con tres puntos. El final del partido no supuso la despedida, pues Montilivi, un estadio pequeño pero coqueto, permite acceder desde fuera hasta la puerta de la zona mixta . Por allí salen los jugadores para  meterse en el autobús y, alrededor, la gente puede esperarlos para pedirles un último recuerdo. Las prisas de la expedición verdiblanca enfadaron a muchos aficionados que vieron como sólo Rubén Castro, Jorge Molina y Perquis, aceptaban firmar autógrafos o hacerse una foto. Eso también es una prueba de compromiso y sobre todo, de agradecimiento a un sector de la afición que se desvive por ellos a sólo mil kilómetros de distancia. Pese a ello, la despedida entre béticos volvió a ser la misma: “¡Nos vemos en Palamós!”.

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