Cultura

Cierra los ojos y mira

Cuatro años después de deslumbrar a Sevilla con su exposición ‘La Plaza de las Palomas’, la artista israelí Rinat Izhak celebra el centenario del Parque de María Luisa ‘metiéndolo’ en una de las salas de la Fundación Valentín de Madariaga.

el 21 abr 2014 / 22:30 h.

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La artista Rinat Izhak, ayer, en la sala de la Fundación Valentín de Madariaga donde se inaugura hoy su instalación dedicada al Parque de María Luisa. / C.R. La artista Rinat Izhak, ayer, en la sala de la Fundación Valentín de Madariaga donde se inaugura hoy su instalación dedicada al Parque de María Luisa. / C.R. Rinat Izhak es lo menos parecido a una persona vulgar que uno puede encontrarse un día cualquiera por las inmediaciones del Parque de María Luisa, su rincón preferido de Sevilla. «No importa que uno no esté allí físicamente», dice la artista israelí. «Si estás conectado con él, da igual dónde te encuentres:cierras los ojos y escuchas su paz». Llegó hasta este islote verde, hecho de naturaleza y de memoria, atraída inevitablemente por esa poderosa fuerza de gravedad que las verdades profundas ejercen sobre los espíritus creadores. En 2010, presa de sus aromas, sus sonidos, su alegría, su alma, montó en el Pabellón Mudéjar la exposición/meditación más hermosa que ha visto Sevilla en años: La Plaza de las Palomas. Cientos de fotos familiares tomadas durante un siglo allí mismo, donde los arvejones, y donadas por ciudadanos anónimos para componer una historia visual de Sevilla como nunca antes se había contado. Y ahora, cuando se cumple el centenario del Parque con mayúsculas, Rinat vuelve a partir de este martes, al frente de la asociación Cultura Infinita, con la instalación Retratos naturales. Esta vez, el lugar es la sede de la Fundación Valentín de Madariaga –el antiguo consulado de Estados Unidos, junto al Costurero de la Reina– y la idea consiste en meter todo el Parque de María Luisa en una habitación. Una habitación que, hay que decirlo, le ha quedado preciosa. Es entrando, a la derecha. El aspecto del conjunto es el siguiente: las paredes de la estancia son un horizonte blanco salpicado de pinturas de plantas entre reales e imaginarias. Al fondo, su visión de las famosas palomas blancas. En el centro, presidiéndolo todo, la ilusión de un árbol de cuatro metros de altura compuesto por ramas viejas que emergen desde un montón de hojas secas que pueblan también los rincones y los costados de la sala: romero, hojas de plátano, de eucalipto, del árbol del amor al que se suben las tórtolas a extender ese canto suyo que sabe a humedad y a primavera. Y delante, como mirador, un banco original del Parque deMaría Luisa –de los más antiguos, además– para que el visitante se siente, cierre los ojos y respire la paz del lugar mágico que se recrea. Lo cual es solo el principio. El viernes que viene, a las seis de la tarde, la artista tiene previsto guiar una visita por el María Luisa con todos aquellos que quieran apuntarse. Se trata de que quienes asistan a la exposición de la Fundación Valentín de Madariaga comprendan que hay otro parque que se les había pasado por alto; uno en el que no habían reparado antes ya fuese por prisa, por rutina o por falta del estímulo adecuado. «En ese recorrido explicaré mi enfoque y mi visión del lugar, y con esta visión, con esta mirada, vamos a dar un paseo para verlo todo con otros ojos». Detalle de una de las fotos colgadas de las ramas que presiden la estancia. La idea es formar una hermosa copa. Detalle de una de las fotos colgadas de las ramas que presiden la estancia. La idea es formar una hermosa copa. Mientras tanto, las ramas secas que emergen desde el centro de la sala se irán poblando lentamente. «La idea es que la gente me mande fotos familiares suyas antiguas en el Parque de María Luisa al correo fvmadariaga@gmail.com para ir colocándolas en este árbol que, al igual que las hojas, he recibido gracias a la colaboración de la asociación Pinsapo de Sevilla, formada en parte por trabajadores del servicio municipal de Parques y Jardines». Poco a poco, esas ramas muertas irán reverdeciendo con las aportaciones de los paisanos, hasta que el último de los días de la muestra, el 4 de mayo próximo, la copa de fotos de colores apenas permita ver lo que hay al otro lado. Lo cual no importará mucho, porque para ese día Rinat espera que todos hayan aprendido a mirar el parque con los ojos cerrados. Esa habilidad de la creadora no es fortuita;es el fruto de un largo aprendizaje y hasta puede que tenga una gota o dos de genética. «Mi familia tiene dos tiendas de flores en Israel», cuenta Rinat Izhak, sonriendo por lo que considera algo más que una casualidad. «Nací entre flores. Además, mi localidad natal, Ramat Gan, muy cerquita de Tel Aviv, significa La montaña del jardín. Parece que era mi destino». Los cuadros que bordean el recinto, apenas ocho o diez, son una mínima parte de las obras ambientadas en la naturaleza compuestas por esta artista. «No pretendo agobiar el espacio con mucha cantidad. No hay que dar todo», dice. Ella y sus compañeros de Cultura Infinita están dando los retoques finales a la instalación:quitar chismes, esparcir romero, recomponer el banco roto... Los andares suenan a parque. Respirar hondo trae efluvios de la Avenida de Hernán Cortés, de la cima del Monte Gurugú, de las pérgolas rosadas que llevan hasta la Fuente de los Leones. El banco deja sentir su frío infinito en las espaldas. Así que la pregunta es: ¿qué falta hace meter el parque en una habitación si el de verdad está ahí enfrente, cruzando la calle? «Poner las cosas fuera de lugar a veces nos ayuda a fijarnos mucho más y mejor, y abres los ojos», explica Rinat, que charla relajadamente, con la mirada apoyada en el horizonte de palomas que ella misma pintó, y sin apabullamientos propios de quien siente la urgencia de explicarse. «La gente no se fija en el color de las hojas, en los árboles, cuando los tiene delante, pero si sacas las cosas de contexto sí se fijan. Uno valora más lo que hay fuera». Y es cierto. El camino de vuelta desde la sede de la fundación, cruzando el parque por la Avenida de Pizarro, reporta una visión de verdor y de verdad mucho más fuerte y acogedora que en la ida. Los sonidos saturan los tímpanos con su musiquilla feliz y desinhibida, y la humedad de los charcos devuelve a los ojos el sueño invertido y traslúcido de un mundo que es parque, pero que también es memoria, y familia, y ensueño, y leyenda, y verdad. «El parque es una escapada. Diez minutos en el parque es mejor que una pastilla», asegura Rinat. «Quiero despertar en las personas una mirada. Va a ser toda una experiencia».

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