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Clasicismo con una técnica sublime

La bayadère ****

Teatro de la Maestranza, 10 de enero de 2012. Ballet Nacional de Polonia. Director artístico: Krzysztof Pastor. Orquesta: Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Director artístico, Pedro Halffter. Obra: La bayadère. Ballet en tres actos (1877). Música: Ludwig A. Minkus, arreglos de John Lanchbery. Libreto: Marius Petipa y Sergei Khudekov. Coreografía: Natalia Makarova sobre coreografía de Marius Petipa. Director musical: Tadeusz Wojciechowski. 

el 11 ene 2012 / 07:19 h.

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Una producción espectacular al servicio de un rendido homenaje a los cuentos del ballet clásico. Es el punto de partida de esta obra con la que el Ballet de la Ópera de Polonia se regodea en una versión absolutamente fiel al ballet clásico de todos los tiempos que nos demuestra que la perfección técnica es posible, y resulta conmovedora. Para ello cuenta con un magnífico plantel de figuras solistas, un espléndido cuerpo de baile y la maestría de Tadeusz Wojciechowski, quien se puso al frente de nuestra Orquesta Sinfónica para ofrecernos una deliciosa interpretación de la composición musical que Minkus creó en su día para recrear el cuento hindú del que parte el ballet, una hermosa historia de amor más allá de la muerte que alcanza con este montaje un tratamiento romántico con ciertos tintes exóticos contemporáneos.

Y es que, en realidad, la música no reproduce la partitura original, sino la versión llevada a cabo por el músico británico John Lanchbery para el baile de Natalia Makarova, quien a su vez adaptó la coreografía original de Petipa. Así, nos encontramos con esta obra con una curiosa paradoja ya que, aunque se trata de un ballet que se sumerge de lleno en el lenguaje de la danza clásica, incorpora algunos elementos que resultan novedosos, como un mayor tratamiento dramático y un vestuario atrevido que muestra a las bailarinas con el vientre desnudo en la primera escena.

Aunque lo que destaca es precisamente lo contrario, esto es, su capacidad para conmovernos con la recreación de una coreografía y un espacio escénico que reproduce a la perfección la atmósfera de los ballets imperiales rusos. Dibujos, cartón piedra, trajes fastuosos, tutús, mallas, platos, puntas, brillos y un sinfín de figuras y pasos clásicos nos envuelve para llevarnos de la mano a ese espacio de abstracción y belleza apolìnea al que solo la danza clásica puede aspirar.

Cabe destacar el Acto II, cuando el protagonista, desolado por la muerte de su amada, se deja llevar por los efluvios del opio y sueña con ella, con la que se traslada a un jardín de ensueño en el que el cuerpo de baile nos brinda una hermosa pieza en la que se vuelca toda la belleza etérea del ballet mientras los protagonistas se preparan para colmar la escena de figuras impactantes y gráciles que dejó sin habla al patio de butacas. Y eso que, curiosamente, contenía un considerable número de niños.

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