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Contar lo de Marta

La cruel muerte de Marta del Castillo ha desatado todos los demonios mediáticos, convirtiendo en un circo unos hechos que se han llevado por delante la vida de una persona.

el 15 sep 2009 / 23:20 h.

La cruel muerte de Marta del Castillo ha desatado todos los demonios mediáticos, convirtiendo en un circo unos hechos que se han llevado por delante la vida de una persona. Hasta tal punto ha sido así que han saltado las alarmas del fiscal de menores y del defensor del pueblo, teniendo que salir en defensa de los derechos fundamentales de esos menores utilizados sin pudor para recrear una macabra historia que daba muy bien en las pantallas. En determinados medios de comunicación, ávidos de audiencia, se han traspasado los límites éticos y también los estéticos para ofrecer sin pudor cuanto dato se ha podido arañar a unos jóvenes aturdidos y desorientados por la pérdida de una amiga. Esta escenificación de la desaparición y muerte de Marta supone sin duda un ataque frontal a los valores más elementales que deben regir nuestra convivencia, pero también una nueva ofensa para una chica cuyo único mérito para estos actores de la comunicación es haber perdido la vida sin motivo o justificación. Lo dicho es tan evidente que no merece más que toda nuestra reprobación. Sin embargo, no podemos dejar de reparar en otros relatos y reportajes que, siendo en todo punto diferentes, contribuyen en alguna manera a crear una opinión desenfocada del alcance que tienen los hechos relatados.

Cierto es que periodísticamente se debe dar cuenta de los hechos y actos que ocurren en la realidad, es decir, aquellos que tienen la suficiente relevancia para interesar a la sociedad en su conjunto. Y no cabe duda de que la muerte de una joven de 17 años en las circunstancias que todas y todos conocemos tiene la suficiente trascendencia como para que se de a conocer por una prensa comprometida con la información veraz. Pero no deja de ser menos cierto que los medios de comunicación, como todos los actores sociales y políticos, tienen su cuota de responsabilidad en la conformación de los valores que deben regir la convivencia. Por ello no es intrascendente el cómo se cuenten los acontecimientos, ni es banal el estilo que se utilice para dar a conocer los mismos, pues los hechos, datos, declaraciones, no son asépticos ni neutrales, sino que están colocados en el escenario, según convenga, de muy distinta forma y en diferente lugar, siendo así que su situación en la obra tiene una gran relevancia para comprenderla en su totalidad.

Si además pensamos que posiblemente estamos ante un caso más de violencia de género, el relato se complica, pues nos enfrentamos, una vez más, a este problema tan serio que tiene esta sociedad. Por ello reparar en las características de la víctima, contar su vida, dar cuenta de sus aficiones y airear su intimidad, supone un nuevo atentado a una persona que, en contra su voluntad, ha sido noticiable. Es confundir los papeles, al convertirla en actora de un drama que ella no ha protagonizado; sólo ha sido el cruel pretexto para que sus autores lo escriban. No es lo más importante contar cómo fuera Marta, sino el hecho de que le han quitado la vida, pues bien pudiera parecer que lo que se quiere es restar argumentos a un comportamiento que no se justifica de ningún modo, con independencia de las cualidades de la víctima; una consideración en la que no puede estar ausente la violencia machista, pues la arrogancia masculina que mata suele utilizar como coartada el comportamiento de las mujeres, que enerva, dicen, a los hombres hasta el punto de hacer inevitable acabar con sus vidas.

Rosario Valpuesta es catedrática de Derecho Civil de la Pablo de Olavide

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