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Coplas de Pasión

Estos días, uno a uno, se evaporan con torbellinos de saetas y cochecitos de niño para pasar a ser cera derretida en los adoquines del sentimiento. Flota en el aire el drama viejo, que no pasa nunca y nunca llega a cuajar.

el 15 sep 2009 / 01:52 h.

Estos días, uno a uno, se evaporan con torbellinos de saetas y cochecitos de niño para pasar a ser cera derretida en los adoquines del sentimiento. Flota en el aire el drama viejo, que no pasa nunca y nunca llega a cuajar. Antes, ese argumento -el del drama general del pequeño teatro del mundo- tenía su reflejo cotidiano (quizás aún lo tenga en las gentes llegadas de países lejanos y distintos que pueblan nuestros barrios, solos o con familias a medio juntar). A aquella tensión interior daba salida la copla, con letras desgarradas envueltas en escalas musicales de nostalgia. Cantaban amores imposibles, predicaba en sus notas deseos incumplidos que no se cumplirían.

La sociedad del bienestar aventó todo eso. Las coplas de Quintero, León, Valverde y Quiroga se quedaron para concursos televisivos -con o sin niños- que ponen su cénit en los euros del premio: perdieron sus puñales. Pero, sin que se sepa cómo, los recogieron y sublimaron las marchas que, tras los pasos de misterio, los balancean con cadencia de bolero. El drama que entonaba la tonadillera se ha ido a los cortejos cofradieros para seguir en lo más profundo de cada uno; por eso cuando suenan sus acordes se produce el silencio y viene de nuevo la sensación de buceo en el fondo del alma. Así día a día, hoy y en medio de la calle, volveremos a sentir en el pecho esa punzada de la copla. Aguda y sin remedio.

Antonio Zoido es escritor e historiador

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