Cultura

Crítica: Un homenaje desconcertante

Obra: 'La satisfacción del capricho' *

el 03 jul 2013 / 12:23 h.

Obra: La satisfacción del capricho Creación e Interpretación: Bárbara Sánchez, Amanda Palma, Rocío Guzmán, Ana G. Morales, Lucía Vázquez Madrid, Raquel Luque Márquez, María Cabeza de Vaca, Eloisa Cantón, Ellavled Alcano Bruzual. Dirección artística: Bárbara Sánchez. Dramaturgia: Raquel Campuzano Godoy. Dirección Vocal: Rocío Guzmán. Dirección Musical: Eloisa Cantón. Música Original: Amanda Palma, Eloisa Cantón, Rocío Guzmán. Título de la crítica: Un  homenaje desconcertante Calificación: Una estrella 'La satisfacción del capricho' estrena el certamen de danza en el teatro romano de Itálica. Fotografía: J. M. Espino (Atese) 'La satisfacción del capricho' estrena el certamen de danza en el teatro romano de Itálica. Fotografía: J. M. Espino (Atese) A lo largo de su dilatada trayectoria, el Festival Internacional de danza de Itálica ha conseguido cumplir con uno de los retos que asumió en su nacimiento: crear un público para la danza contemporánea en nuestra provincia y, de paso, fomentar una cantera de profesionales que no tuvieran que salir de nuestra tierra para consumar su vocación. De ahí que este año el festival haya optado por abrir su vigésimo cuarta edición con un espectáculo a cargo de una generación de intérpretes que han crecido bajo sus faldas. La propuesta  supone un dudoso homenaje a la figura Isadora Duncan, una de las madres de la danza contemporánea que se distinguió por su espíritu indómito y vitalista, así como por el carácter minimalista y trasgresor de sus coreografías. Tal vez por eso este espectáculo pretende conformar una performance que pretende dar rienda suelta al deseo. Para ello nueve mujeres asumen el reto de presentarse al público con un desnudo integral mientras recurren a la expresión verbal con la intención de rebelarse hasta el extremo de reconocer su odio a la danza.  Así, la obra comienza con un elevado grado de intensidad que, por desgracia, a partir de la segunda escena va decayendo hasta caer en un discurso tan tedioso como poco interesante que, a pesar de que Isadora Duncan destacaba por su amor a la vida, se regodea en la muerte recreando un espacio escénico repleto de elementos recurrentes y una coreografía secuencial que abusa de los movimientos espasmódicos y la reiteración de las figuras. El espacio sonoro pasa de la contundencia de la música popular, representada en una canción interpretada con una buena carga de rabia, a una especie de minimalismo machacón que sirve de base para un ejercicio de “no danza” que resulta tan exasperante como cansino. Así, nos encontramos con una eterna sucesión de cuadros que dan paso a una especie de ritual de la violencia y la pureza que recurre a un simbolismo sin sentido, a pesar de estar repleto de elementos manidos y evidentes.  

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