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Cuando el Guadalquivir pasa por Ciempozuelos

El plúmbeo festejo confirmó el escasísimo entusiamo que había despertado el cartel a priori.

el 23 jun 2011 / 20:49 h.

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El diestro madrileño Cesár Jiménez durante la faena a su segundo enemigo.

Para nuestra desgracia, la corrida respondió punto por punto al guión establecido. Fue una pena que el festejo programado no se uniera -era bastante complicado con el cartelito de marras- al inmejorable ambiente que se ha vivido en la ciudad en la víspera y el día del Corpus. Es difícil remontar la fecha en lo taurino, pero habría merecido la pena ponerle un poco de imaginación para revalorizar un festejo que en esta ocasión lo tenía casi todo en contra para resultar brillante.

La corrida de Carmen Segovia fue un muestrario de mostrencos de feísimas y bastas hechuras a las que tampoco acompañó un buen comportamiento. Sólo el primer ejemplar que saltó al ruedo se dejó hacer con cierta nobleza pero su invalidez impidió que Abellán pudiera hacer más que mostrarse maduro, seguro, solvente y templado para certificar que la terrible cornada sufrida en el rostro en la plaza de Madrid no ha hecho mella en su ánimo. El torero convenció al personal y hasta tuvo momentos de brillantez, enroscándose el toro en el final de un trasteo que no podía dar para más.

El segundo del lote de Abellán fue un vacorro enorme y zancón que cantó su mansedumbre en el caballo. Para colmo, tomó la muleta con poco estilo y cortando los viajes impidiendo que su matador terminara de confiarse. El toro nunca fue claro y navegaba con la cara por las nubes, al paso, gazapaendo. Así era imposible.

Tampoco es que tuviera un lote para hacer maravillas el diestro francés Juan Bautista, que volvió a mostrarse como una gaseosa destapada, incapaz de tirar la moneda para aprovechar el puñado de arrancadas que brindó el segundo de la tarde, un bicho que también acumuló su propio catálogo de defectos -rebrincado, muy a menos- pero que habría merecido otro planteamiento más ambicioso. El francés se zampó de postre otro animal destartalado que sí permitió brillar con los palos a su gran banderillero, el sevillano Curro Robles. Parecía que se iba a dejar el toro pero se quedaba cortito, avisaba y Bautista no llegó a confiarse en una larga faena que transcurrió sin fondo ni forma, prolongando hasta el aburrimiento algo que no podía ser y que no fue.

El tercero en discordia era César Jiménez, que llegaba a Sevilla más o menos avalado por la salida a hombros de la plaza de Las Ventas. Había interés en comprobar la evolución del diestro de Fuenlabrada, que parece haberse desprendido de esas poses de figurita de Lladró que tanto empalagaban su toreo. Jiménez salió dispuesto y quiso torear siempre al manso que hizo tercero dejándole la muleta puesta, planteándolo todo con firmeza. Pudo arrancarle algún natural y sobre todo, mostrarse como un torero recuperable pero tanto éste como el tardo sexto no eran aptos para muchas florituras. A la postre, lo mejor del festejo fue su duración: dos horas justas.

 

PLAZA DE LA REAL MAESTRANZA
Ganado: Se lidiaron seis toros de Carmen Segovia, de feas hechuras y destartalados esqueletos. El único que sirvió, muy a medias, fue el noble y flojísimo primero. El resto, no pasaron de deslucidos en distintos registros: rebrincado el segundo; manso y huidizo el tercero, peligroso el cuarto, sin recorrido el quinto y sosísimo el sexto.
Matadores: Miguel Abellán, de blanco y plata, ovación y silencio.
Juan Bautista, de maquillaje y oro, silencio y silencio.
César Jiménez, de aguamarina y oro, silencio tras aviso y silencio.
Incidencias: La plaza registró media entrada en tarde de calor soportable. Saludaron tras parear al quinto Curro Robles y Pablo Delgado. 

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