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Cuando fuimos ricos

Hubo un tiempo -hasta anteayer- en que los españoles fuimos ricos. Todo nos sobraba. El dinero sobreabundaba. Muchos cambiaron el coche seminuevo por otro más nuevo y más caro. Llegaron los chalés en la costa, los trajes a medida, la asistencia priviliegiada a los cenáculos de Madrid.

el 15 sep 2009 / 16:38 h.

Hubo un tiempo -hasta anteayer- en que los españoles fuimos ricos. Todo nos sobraba. El dinero sobreabundaba. Muchos cambiaron el coche seminuevo por otro más nuevo y más caro. Llegaron los chalés en la costa, los trajes a medida, la asistencia priviliegiada a los cenáculos de Madrid. Algunos acumulaban tantas queridas como relojes de oro en la mesilla de noche. Para todo eso y para más daba la coyuntura. Ese momento de nuestra historia recientísima, con tanto cash y tanto billete de 500 bajo el colchón, el mundo de la empresa y las finanzas encontró acomodo argumental en un concepto que se extendió deprisa por todo el orbe empresarial y financiero: la Responsabilidad Social Corporativa (RSC), que es una forma de gobierno de las empresas consciente de su trascendencia sobre sus clientes, trabajadores y accionistas, sobre el medio ambiente y la sociedad en general. No lo he consultado, pero seguro que al otro lado del Atlántico, los Merry Linch, Goldman Sachs y Lehman Brothers de turno estaban apuntados los primeros de la fila.

Ese concepto no ocultó muchos dispendios, pero los maquilló. No santificó las actuaciones empresariales, pero abrió puertas. Abrazar aquel enunciado no cambiaba la realidad pero el primer ejecutivo de las compañías parecía un César magnánimo apelando a la justicia distributiva. Hay que tener mala leche para acordarse hoy de aquel concepto, la RSC. En su nombre se elaboraron manuales de responsabilidad y buen gobierno, se asumieron manifiestos de respeto a los derechos de los trabajadores y se abrazaron las teorías sobre la prioridad de la inversión en el capital humano. Hubo hasta quien construyó un acueducto en la India. A todos esos quiero verlos ahora manteniendo el discurso. Hoy, cuando al champán se le ha ido la fuerza, que comparezcan, con sus manuales de buen gobierno en la mano y su responsabilidad social grabada a fuego. Es el momento de la verdadera RSC y, por supuesto, una oportunidad pintiparada para demostrar que esa apuesta por la formación del capital humano era algo más que una hilatura en el aire, fácil de formular en días de vino y rosas. Las entidades financieras tienen una oportunidad de oro: ¿alguien duda que defender y ayudar a sus clientes en apuros es una verdadera responsabilidad social? Las demás empresas también tienen cacho: que los trabajadores no paguen el pato de una crisis que no han provocado.

En Sevilla hemos asistido estos últimos años a un proceso de entronización del dinero y de sus nuevos propietarios. Una cosa burdísima, pero que se vestía con el mejor paño. Conspicuas instituciones hispalenses se han dedicado a ungir a empresarios a los que sólo adornaba el éxito efímero de los pelotazos urbanísticos. Lo más llamativo es cómo una sociedad tan antigua y cuajada como es la sevillana abrazó con ímpetus heterodoxos a ese ejército de advenedizos, a los que facilitó su acceso al escalafón social que les era vedado hasta entonces a cambio de su pasta. No hay más. Son tres los hitos sobre los que se ha asentado buena parte del ascenso social de algunos paradigmáticos ex nuevos ricos: buena casa en el Rocío, donde los vivas a la virgen se regaban con burbujas francesas; un puesto de relumbrón en las juntas de gobierno de las cofradías y una corona de rey mago. Esa nueva clase social ha servido para todo: de mecenas de ocasión, de apologetas de políticos en campaña, de figura de lustre en fiestas sociales y, por supuesto, de modelo social. Está por ver si esa parte de la sociedad sevillana ha escarmentado de 'la década presuntuosa', del fantasmeo insolvente y autorizado con el que ha convivido gustosa.

Aunque en realidad no hay riesgos: la propia Junta ya colabora en mantener vivas las tradiciones hispalenses y busca nuevos referentes. El delegado de Cultura ha reclamado ya el nacimiento de un nuevo "prohombre" que lidere la "salvación" de Santa Catalina, un monumento nacional gótico-mudejar del siglo XIV para cuya restauración su propietario -la Iglesia- no va a poner ni un duro. Y aunque la Junta y el Ayuntamiento se van a rascar el bolsillo, Cultura no deja de pensar en los dinámicos prohombres de la sociedad sevillana -¿verdad, Joaquín Moeckel?- para que tiren del carro. Después que no se quejen cuando los poderes fácticos -si es que existen- que no han pasado por las urnas quieran imponer su santa voluntad a las administraciones. Santa Catalina es un paradigma de nuestros tiempos: se le cae la techumbre sin tener un plan económico de rescate. Se le ha pasado el arroz de la boyantía. Así son las cosas. Sin saberlo ni hacerlo público, Sevilla ya ha comenzado el traslado de la Feria. De la feria de las vanidades.

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