Menú
Local

Cultura industrializada

A finales del siglo XVII un militar que llegaría a dogo de Venecia, Francesco Morosini, mandó por los aires de un cañonazo el techo y buena parte del Partenón, intacto hasta entonces pero que había sido convertido en polvorín por los turcos, dueños de Grecia.

el 16 sep 2009 / 07:51 h.

A finales del siglo XVII un militar que llegaría a dogo de Venecia, Francesco Morosini, mandó por los aires de un cañonazo el techo y buena parte del Partenón, intacto hasta entonces pero que había sido convertido en polvorín por los turcos, dueños de Grecia. La noticia de este hecho trascendental e irreversible apenas ocupa un renglón de columna en una guía de Atenas, en cambio en estos días la Acrópolis y el templo de Pallas han llenado páginas y páginas de periódicos y han gastado muchos minutos de telediarios. "El fuego amenaza el Partenón" decían los titulares mientras las cámaras, para dar sensación de inmediatez, acercaban con su zoom de telescopio las llamas que se levantaban a 15 kilómetros y que, aun llegando a la venerable ruina del santuario, no podrían haber hecho otro daño que ennegrecerlo con su humo.

Pero eso fue ayer; mañana no sabemos; detrás de las cámaras estaba Orwell, que en lo único que se quedó corto fue en el título de su libro, 1984. El Gran hermano dirige su ojo de cíclope hacia el punto que le conviene, no para contarnos las noticias sino para crearlas. Las grandes corporaciones de televisión han convertido la Industria Cultural en Cultura Industrializada que nos obliga a engullir esto o lo otro mientras, como a los niños pequeños, nos hace el avión con la cuchara; de aquí en adelante será muy difícil que, como había sucedido hasta ayer, una generación revise los parámetros de otra.

Zurbarán es hoy un gran pintor y no dejará ya de serlo pero su fama tardó más de 300 años en sedimentarse. Ahora se afirma a Michael Jackson como eterno desde el primer minuto de su muerte aunque, con seguridad, esa posteridad imperdurable durará sólo hasta que los planes de la Cultura Industrializada se hayan convertido en "objetivo cumplido", hasta que su entierro se haya retransmitido con ambientación y garantías de máxima audiencia, hasta que su memoria convertida en merchandising haya prendido en la mesocracia amaestrada para consumirla.

La cultura, industrializada -moldeada con la vara de medir de las grandes corporaciones- lleva en sus entrañas la destrucción de la posteridad porque necesita, día a día, construir posteridad consumible, repetir continuamente la boda del siglo, el partido del siglo, el entierro del siglo poniendo los condicionamientos para que siempre parezca un acto único e irrepetible

Victor Hugo, que veía la Historia escrita en las figuras y escenas de las portadas de las catedrales, se lamentaba, contemplando la destrucción vandálica de frescos medievales, de que lo peor estaba por venir porque -decía él- esos actos de ignorancia e incultura serían también historia cien años después: se equivocaba. Entonces tal vez no le faltara razón -en la Alambra han conservado un grafitto del viajero Richard Ford- pero en estos momentos estaría desnortado.

Antes irrepetibles eran el cañonazo ordenado por Morosini que mandaba por los aires los gigantes y los caballos de Fidias y también las campanadas nunca olvidadas del Falstaff shakesperiano que ya no podemos separar mentalmente de Orson Welles. Ahora lo irrepetible se repite todos los días en una salmodia cada vez menos lejana de la que adormecía en los programas televisivos, domésticamente domesticados, de Fahrenheit 451

  • 1