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De un castillo del Bierzo al mando de la ROSS

El director de la Sinfónica de Sevilla y del Maestranza es un joven tímido, de buena cuna, y con una intachable carrera.

el 29 jul 2012 / 14:26 h.

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No debe ser tan fácil como algunos presuponen vivir con un apellido de relumbrón. Pedro Halffter Caro (Madrid, 1971) tiene uno, el primero, que lo señala como heredero de una de las familias con mayor solera musical de España. Hijo del compositor y director Cristóbal Halffter y sobrino de los compositores Rodolfo y Ernesto Halffter... Halffter...
Entreténgase pronunciándolo. Suena contundente y teutón. Sus orígenes germánicos le delatan cada vez que es nombrado. Y esto, se quiera o no, imprime carácter. También lo hace el haber correteado de pequeño por su casa, un castillo -un palacio más exactamente-, situado en la muy adusta comarca del Bierzo (León), donde su padre y su madre -la pianista María Manuela Caro- le guiaron por el buen camino. Por fortuna para sus progenitores, antes que un hijo descarriado, Pedro Halffter salió un chico culto, tan culto que no puede remediarlo ni esconderlo cada vez que abre la boca. Y eso, algunos adalides de la francachela, no se lo van a perdonar nunca. Puntúa a la baja dominar tantos idiomas como dedos tiene una mano y ser ya brillante cuando apenas se ha alcanzado los 30. Si además se proviene de alta cuna, entonces, como Halffter Junior, ya se puede andar avizor: en la puerta tendrá a un corifeo dispuesto a decir que usted es un tipo chungo, pero chungo.

No entraremos en las cuitas del poder. Ni en cómo se domina el arte de rodearse de las personas adecuadas. Y sí, probablemente cuando Pedro Halffter asumió la dirección de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y del Teatro de la Maestranza -a la vez que compaginaba la titularidad de la Sinfónica de Gran Canaria- había otros colegas de profesión, con apellidos más anodinos, y, probablemente, igual de capaces. Pero al César lo que es del César. Papá Halffter empujó al pequeño Halffter a Alemania, donde se formó y obtuvo las máximas calificaciones. Luego estudiaría -becado- en Viena y en Nueva York, sería premiado en Venecia e iniciaría una carrera intachable. En Sevilla muchos fueron los que lo miraron de canto cuando llegó, los mismos que, pocos meses después, acabaron rendidos a su manera de cincelar el sonido de la orquesta, a su capacidad para alumbrar sonoridades impensadas hasta entonces en la ROSS, a su talento para decir cosas nuevas en repertorios en los que, la mayoría, sólo tiran de la tradición. Se implicó hasta el tuétano, como impelido a demostrar que, políticos y árbol genealógico aparte, apostar por él había sido la elección correcta. Y así, hasta los críticos más satanizados por viperinos dimes y diretes, acabaron claudicando.

Pero además, el joven Halffter impuso algo que, hasta su llegada, todos habían ignorado: la renovación de los programas. Llegaron títulos como Lulú, Der Ferne Klang, Doctor Fausto o Una tragedia florentina, que colocaron al coliseo en el centro de la actualidad operística internacional, algo que nunca se logrará promoviendo Don Giovannis y Traviatas. Luego, la crisis y el habérselas visto de frente con un público poco dado a la novedad, le aplacaron los ánimos y las ganas de riesgo. A estas alturas sabemos que Halffter no superará -en Sevilla al menos- el nivel de sus tres primeras temporadas programadas, pero, dentro de una mayor convencionalidad, su tarea sigue siendo necesaria y enriquecedora para la orquesta y, más aún, para quienes disfrutan de los conciertos y las representaciones operísticas.

Hace poco le estalló en su despacho la polémica de su elevado sueldo, dentro de una operación que, no sin cierta demagogia, lanzó como un globo sonda el consejero de Cultura, Luciano Alonso. Aceptó disminuir de buen grado sus ganancias, aunque la reducción nunca satisfará -parece claro- a los estajanovistas que consideran que un director de orquesta debería cobrar lo mismo que un artesano cocinero de piononos, dicho con todo respeto hacia los ilustres reposteros. Parece como si Halffter Jr. no pudiera escapar del todo a pequeños y medianos rifirrafes que siempre le pillan en medio.

Considerablemente tímido en la distancia larga y reservado en la corta, Pedro -como le llaman en petit comité sus compañeros del Maestranza cuando no media obligación de ponerle por delante un Maestro- anda enfrascado en la composición de una ópera -Abadón, para La Fura dels Baus- y tiene ganas de seguir dándose a valer en Sevilla, por más que en otros escenarios mayores ya les tiente el llamarlo a filas.

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