Cultura

Desgraciaíto de aquel que come siempre el pan de manita ajena

No sé de dónde viene eso de que los andaluces somos unos vagos, pero lo cierto es que existe esta creencia.

el 13 oct 2011 / 21:12 h.

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María Pagés lleva años con compañía propia y llevando el flamenco por el mundo.
La mayoría de los andaluces nos hemos sentido siempre orgulloso de ser andaluz, de haber nacido en el sur de España, de ser de este rincón del mundo. Muchos descendemos de familias de trabajadores, de pueblos donde los hombres y las mujeres morían jóvenes machacados de tanto trabajar en el campo por un trozo de pan diario y un colchón de foñico bajo un techo de canales.

No sé de dónde viene eso de que los andaluces somos unos vagos que nos pasamos la vida cantando y bebiendo vino en las tabernas, pero lo cierto es que existe esta creencia y que, según hemos podido oír estos días por boca de determinados políticos catalanes, de bocazas como Mas y Lleida, estamos comiéndonos un pan que no nos ganamos.

Estos días he estado acordándome mucho de aquella vieja copla de martinetes trianeros que cantaba El Pelao en Casa Rufina, en la calle Pureza de Triana:

Desgraciaíto de aquel
que come el pan de manita ajena.
Siempre mirando a la cara,
si la pone mala o buena.

Estaría bien que los gobernantes andaluces, que cobran de nuestros impuestos, aclararan estas gravísimas imputaciones, porque estamos hartos de que nos denigren tanto. En lo que a mí respecta no quiero tener que mirar a nadie a la cara, si la pone mala o buena, cada vez que me zampe un conejo en salsa o me beba una copa de manzanilla, en Sevilla, en Sanlúcar o en Ávila. Y mucho menos a la cara de líderes políticos de regiones que se consideran mucho más importantes que la nuestra, sin saber muy bien por qué, y que nos insultan cada vez que les da la gana porque les sale gratis.

Más que sentirme desgraciado de ser andaluz debido a tan injusta persecución por parte de determinados políticos, confieso que me avergüenza en ocasiones ser de una tierra en la que no solo nos dejamos insultar de esta manera, sino que alimentamos todos los días esa fama de parásitos que se nos atribuye, siempre chupando sangre en el duro pellejo del Estado español, según algunos, con nuestro nulo espíritu crítico y displicencia, y esa inveterada costumbre de cantarles y bailarles a los señoritos, antes en los tabancos y en los lujos patios de sus palacetes o cortijos, y ahora en la Junta de Andalucía o en Canal Sur Televisión.

Los andaluces tenemos que darnos a valer un poco más. Los flamencos, sobre todo, que es lo que nos ocupa aquí. Todavía hay intérpretes que pierden las nalgas por cantarle al nuevo señorito andaluz en su casa del Rocío por un regalito con el que no tendría para poner tres pucheros seguidos.

Algunos lo hacen por pura necesidad -lo cual es grave, si tenemos en cuenta el dinero que se va para que disfruten del arte flamenco en otros países-, pero a otros es que les va la marcha porque, además, se sienten más artistas en esas fiestas, quizá por su incapacidad de serlo sobre un escenario.

Si a los andaluces en general se nos considera unos mantenidos, por parte de determinados políticos, se pueden hacer una idea de lo que se piensa sobre los flamencos, cuando en la actualidad existe un buen número de grandes artistas que trabajan lo indecible para llevar nuestro arte por el mundo sin tanto apoyo económico como se piensa por ahí arriba.

A Andalucía no le ha regalado nadie nada, y, al flamenco, aún menos. No obstante, es importante que hagamos algo por cambiar esa imagen de parásitos que nos han creado a los del sur.

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