Acudo al Teatro Alameda con la ilusión de reencontrarme con el amigo, el compañero, el profesor, y el guitarrista Paco Escobar, porque verlo en la programación de la XVI Bienal es una gratificante sorpresa que provoca que me emocione por él, por todo lo que sé que significa llegar a una meta. Conozco su música. Pude disfrutarla cuando presentó su disco –Contratiempo– en el Museo del Baile de Cristina Hoyos y, más tarde, en el Rectorado de la Hispalense.
Para esta puesta de largo ha preparado un concierto con todos sus perejiles, y añade a su trabajo original –además de bandoneón, percusión (cajón, batería y marimba) y segunda guitarra– piano, viola de gamba y violín. Una orquesta en la sencillez de la acepción para una música compleja y singularmente estudiada, medida y meditada, que se mece entre los acordes de la guitarra flamenca tradicional, los sonidos jazzísticos más actuales y la música de cámara, rebuscando en los recursos melódicos un metalenguaje que abre las puertas a otras formas musicales.
La guitarra de Escobar abrió el Diálogo para una granaína, al que dio respuesta el piano certero y flamenco de Laura de los Ángeles. Y eso fue, en realidad, el discurrir del concierto, un diálogo entre los distintos instrumentos que alternaron su musicalidad en la variedad de los siguientes temas, con el compás del jerezano Antonio Moreno en la marimba para la soleá por bulería (lástima que el sonido le jugara una mala pasada) y a la batería con la seguiriya; la melodía sureña de Luis Caruana al bandoneón en Paisaje cromático; el susurrante violín de Jesús Hernando en la suite; o la sutileza de la viola de gamba de Calia Álvarez en Palabras.
Escobar puso toda la carne en el asador, y aunque su ejecución en un principio no resultó todo lo brillante que hubiera sido de desear, el concertista fue ganando en perfección conforme avanzó la noche. Tengo que admitir que lo disfruto mucho más regodeándome en mi casa con los trenzados musicales que escapan del CD.
