Cultura

Diego del Gastor viene a Sevilla con el son de su herencia

Otro estreno descafeinado de la Bienal sevillana. Una vez más, y van unas cuantas, el reclamo se ha quedado en eso, en un mero reclamo. A no ser que el estreno del nuevo espectáculo de Son de la Frontera, Como son, son, haya consistido en el pelado al cero de Raúl Rodríguez o en el cambio de imagen de Moi de Morón.

el 15 sep 2009 / 15:56 h.

Otro estreno descafeinado de la Bi- enal sevillana. Una vez más, y van unas cuantas, el reclamo se ha quedado en eso, en un mero reclamo. A no ser que el estreno del nuevo espectáculo de Son de la Frontera, Como son, son, haya consistido en el pelado al cero de Raúl Rodríguez o en el cambio de imagen de Moi de Morón. La verdad es que impactaba verlo y oírlo cantar unas tonás fragüeras todo vestido de blanco, con la tizne que hay en las fraguas. Eso no es óbice para que reconozcamos que su metal es hondísimo, de una hondura de siglos, de fatigas y desdichas. A Moi le gusta el eco de Perrate y el de Juan Talega, el de Manuel Torre y Manolito el de María; es lo que le duele, lo que conmueve su alma de cantaor puro, de sentimiento. Pero la noche se abrió con el recuerdo tanguero del Piyayo de Málaga, aquel Rafael Flores Nieto que tenía más peligro que un cable suelto, pero que fue capaz de firmar unos tangos que lo inmortalizaron. Quién le iba a decir al personaje malagueño que su música se la iba a rebañar un buen guitarrista de Morón, Paco de Amparo; el mismo que nos tocó un taranto muy punteado y flamenquito, con indudable aire jondo de Morón.

Paco es de la familia de Diego del Gastor, el gran guitarrista en el que Son de la Frontera basa su estilo de música, con gran éxito en el país y fuera de nuestras fronteras. El éxito se lo deben a Diego, sin duda, pero también a Raúl Rodríguez, que ha incorporado el Tres Cubano al mundo de Diego con una aceptación extraordinaria. Sin este instrumento el éxito del grupo no hubiese sido tan decisivo, porque lo demás, sinceramente, es otra historia, la historia que está ahí desde hace dos siglos. Me chifla el gran bailaor Pepe Torres, uno de los nietos del cantaor Joselero de Morón. ¡Qué bailaor! Eso es bailar flamenco; lo que hacen los demás, con algunas excepciones, es danzar.

Tiene el sabor y las maneras de los bailaores de antaño, de aquellos que no entendían de coreografías de laboratorio; sólo de arte, de inspiración, de espontaneidad. Nos dejó anoche unas alegrías y unas soleares -con sus correspondientes bulerías-, para sacarlo a hombros, como sacaban en los buenos tiempos del baile gitano a Farruco, Paco Valdepeñas o Rafael el Negro.

Es un malabarista de los pies y levanta siempre los brazos a la altura justa para que veamos su rostro enduendado, pero sin resultar amanerado; se pasea por la tarima como un gallo de pelea desafiante y en la bulería se recoge de una manera única, lo que transmite muchísimo. Ahí sí nos lastimó el cante por soleá de Moi de Morón y el de El Galli, que es capaz de hacer bailar con hondura a un cisne. Sin embargo, lo de Manuel Flores es distinto; el moronero tiene la gracia por arrobas y baila despacio, erguido, sin sacar tripa ni trasero, como si lo hiciera en el patio de su casa, al lado de una garrafa de vino y un plato de aceitunas aliñadas. Lo mismo mete un bolero de Machín por bulerías que a Diego Carrasco, pero todo lo hace sencillo, sin ponerse nervioso ni tensionado; es su sentido de la fiesta casera, de la juerga de patio de vecino.

Consigue que lo tremendamente difícil sea fácil y divertido. Raúl Rodríguez, en cambio, es un músico nato, un artista que mete la linterna en las cuevas de la música moronera para descubrir nuevos tesoros y sacarlos a la luz. Nos regaló un solo de burlerías con el Tres Cubano realmente profundo, pero sin solemnidades, con sentido de la improvisación y, en el fondo de todo, el alma de quien rige el destino de este grupo.

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