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Diez años para aprender a sentarse

La educación es un derecho constitucional, igual que la vivienda. Pero también es una obligación. Eso explica que casi 200 niños del Vacie disfruten del derecho a vivir en una chabola sin agua y sin luz, pero tengan la obligación de ser escolarizados en un colegio.

el 15 sep 2009 / 19:17 h.

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La educación es un derecho constitucional, igual que la vivienda. Pero también es una obligación. Eso explica que casi 200 niños del Vacie disfruten del derecho a vivir en una chabola sin agua y sin luz, pero tengan la obligación de ser escolarizados en un colegio. Por suerte para los maestros, ellos no levantarán la mano para pedir que les expliquen las paradojas de la sociedad moderna.

Por ejemplo, que los lleven en autobús a colegios de Macarena norte, pese a que hay escuelas más próximas al Vacie. Es difícil entender que esto, en parte, se debe a que el nivel sociocultural del Polígono norte es más bajo que el de San Jerónimo y Pino Montano y la Junta pensó que habría menos reticencias para escolarizarlos en esa zona. Una década más tarde, Educación ha pedido ayuda a los 16 colegios que concentran al alumnado chabolista para repartirlos por los centros de otros barrios.

A veces, la escolarización obligatoria produce imágenes distorsionadas de la realidad. Un niño del Vacie es escolarizado como otro cualquiera. Se sienta junto a un chico de Las Golondrinas, ambos miran a la pizarra, atienden al maestro y juegan juntos en el recreo. El Estado de Bienestar les hace iguales, pero después se separan y cada uno va a su casa, y el niño del Vacie llega a una chabola con techo de latón, y no duerme en un colchón, y juega entre montones de basura y ha visto trapichear con drogas, y tiene algún familiar en la cárcel y alguna vez ha escuchado el sonido de un disparo por arma automática, algo que sus maestros tampoco sabrían explicar en clase. "Sólo cuando están en la escuela forman parte de nuestra sociedad. Los padres dicen que aquí se está más calentito que en su casa", dice Mariana Viñas, directora del Pedro Garfias.

Educación va a retomar la política de dispersión de los niños del Vacie que inició hace seis años, para implicar a más colegios y más barrios en el trabajo de integración de estos críos. Ahora reconocen que, hace una década, cuando decidieron alejar a los niños del asentamiento chabolista, cometieron un error al enviarlos a todos a los mismos colegios de Macarena norte, porque eso provocó una deserción masiva. Afectó a las familias, que se llevaron a sus hijos a otras escuelas, y a los profesores que pidieron el traslado.

Los pioneros en recibir a este alumnado fueron cinco colegios: el San José Obrero, el Pedro Garfias, el Blas Infante, el Manuel Siurot y el Huerta del Carmen. "Buscaban alejarles de un entorno dañado, pero se equivocaron al no poner un límite", dice Miguel Rosa, del San José Obrero. "Llegamos a tener más de 60 muchachos que no podían estar sentados porque no sabían sentarse. Ni lavarse, ni vestirse. Había que cubrir las necesidades básicas de esos críos, así que, durante un tiempo, dejamos la educación académica algo aparcada y nos esforzamos en normalizar sus vidas", recuerda Reyes Bejarano, directora del Blas Infante.

"Fueron dos inspectoras, Pilar Melara e Isabel Álvarez, ya fallecida, las que iniciaron por su cuenta la política de dispersión. Sabían que había que disipar los guetos", recuerda María Luisa Hernández, directora del Manuel Siurot. La nueva Delegación de Educación, dirigida por Jaime Mougan, continuó con ese plan. Hace dos semanas ha empezado a plasmarse en papel algo que, durante mucho tiempo, ha sido un acuerdo verbal entre la Inspección y los colegios implicados. "Sólo nos enviaban a alumnos nuevos si eran hermanos de los que ya teníamos", recuerda Hernández.

Educación quiere usar la experiencia de los directores más veteranos para que hablen con los que van a recibir por primera vez alumnado del Vacie en San Jerónimo, San Diego y Pino Montano. Pero "los niños de ahora ya no tienen los problemas que traían hace diez años", dice Viñas. Antes de tener comedor escolar, los profesores del Pedro Garfias compraban pan, mantequilla y leche, para prepararles el desayuno. "Primero nos ocupamos de la alimentación.

El año siguiente, el vestido, después de cuatro años empezamos con la educación". Los maestros solían llevar a sus alumnos las ropas que les sobraban de sus hijos. Las usaban hasta que se manchaban y después las tiraban, pero durante un tiempo iban bien vestidos y aseados. Todavía, en los recreos, se ven niños de cuatro años correteando, vestidos con jerséis tres tallas más grandes.

Aprendieron a usar los libros y a disfrutar de llevar mochilas. Aunque no tuvieran nada que meter en ellas, las llenaban para sentirse iguales al resto, para salir cargados de apuntes de la escuela.

Los colegios solicitaron a la inspección una prórroga en Primaria para los niños del Vacie, pese a que la ley sólo permite repetir una vez. "Sabíamos que no tardarían en dejar el instituto. Los niños se van a trabajar con sus padres, y las niñas se casan", cuenta Nieves Lobato, maestra de compensatoria. Les costó mucho esfuerzo adaptar a esos críos y, ahora, tratan de retenerlos todo lo posible en sus aulas porque saben que fuera de la escuela tendrán más frío.

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