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Emotivo presagio: “El Cristo va a salir volando de la burra con este viento”. El ‘churro iris’, un extraño fenómeno atmosférico.

el 24 mar 2013 / 23:12 h.

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Emotivo presagio: "El Cristo va a salir volando de la burra con este viento" / El 'churro iris', un extraño y muy curioso fenómeno atmosférico La Borriquita realizó su estación de penitencia. J.M. Paisano (Atese) La Borriquita realizó su estación de penitencia. J.M. Paisano (Atese) En el top ten de las emociones del día de ayer, el décimo puesto fue para el cani con chaqueta, atuendo tan acorde con sus ademanes pastoriles y su risilla modosa. El cani con chaqueta es como la gamba con gabardina: un ideal de aspiración, una psicodelia, un nombre sofisticado y prometedor para una fritura. No obstante, si el abandono progresivo del chandalito blanco titán y la reducción de las pandilas a un máximo de 107 miembros marcan una tendencia firme, el futuro se antoja de lo más estimulante. En novena posición de las cosas que hacían llorar, las orejas de los nazarenos de la Paz: orejas perfectamente visibles bajo los antifaces, que se habían vuelto traslúcidos gracias a la reparadora ducha que se dieron en la Plaza Nueva mientras decidían si llovía p’abajo o llovía p’arriba. Octava, una mocetona que subía por Puñonrostro estrenando algo intermedio entre una minifalda y unas maxibragas y que de pronto, por capricho de una ventolera cachonda e impía, vio cómo se le levantaba el faldón dejando ver toda la trabajadera, sin que la interfecta mostrase el menor azoramiento ni se contrajese un solo músculo entre el cuerpo de costaleros. Honroso séptimo puesto para la señora que a la hora del almuerzo, atacada también por los vientos más ariscos en los veladores del Spala de la Encarnación, pronosticó lo siguiente: El Cristo va a salir volando de la burra con este viento. Sexta plaza, para el cartel de la película Los Croods en el expositor de la esquina del Altozano, esa familia que, con sus caras un tanto trogloditas pero simpatiquísimas de entusiasmo, se convirtieron en unos espectadores más, perfectamente integrados en el gentío, en cuanto se apelmazó de humanidad el lugar para ver la Estrella. Quinto puesto, para un chino que iba vendiendo sillitas plegables por el Duque con una sonrisa como si estuviera repartiendo puros por la boda de su hija... y empapado hasta las corvas: los pelos pegados a la cara, las encías pegadas a los labios, las perneras pegadas a los calcetines... Estaba el pobre de agua como si se le hubiera caído un euro al Mekong. En cuarta posición, la bola iris que se formó sobre el Palacio de San Telmo por la tarde, visto desde Triana, como una estrambótica promesa de que dejaría de llover (tan estrambótica que no dejó de hacerlo). No era un arco iris, sino eso: una bola iris, un gurruño iris, una cosa muy extraña, iris. Un churro iris. Con lo que se desemboca en los tres primeros lugares de la clasificación de episodios emocionantes de la jornada. El tercero: que no hubiera dónde tomarse uno un café, con la gente resguardada del agua en bares, soportales, zaguanes, hornacinas, faroles esmerilados, buzones y sobacos ajenos. En un horno donde había sitio para medio codo resultó que estaba una niña tocando el tambor como si no hubiera un mañana (¿se considerará agresión darles con una torrija en la cara a unos padres indiferentes ante este incordio?). De donde viene la segunda maravilla: la masa conformando un zócalo humano por las fachadas del centro. Lo nunca visto. El 90%, sin paraguas. La gran noticia de ayer no fue tanto el agua como que la gente no estaba preparada para que lloviera. Incluso los cuatro que salieron con paraguas y que habían madrugado para ocupar sus sillas de la Avenida tardaron un minuto y medio en abrirlos cuando comenzó a llover, de pura incredulidad. Y por encima de todo, coronando una tarde entre el llanto y el sueño, el jaleíllo a recreo que brotaba del patio de los naranjos del Salvador. Allí dentro, entre la bulla blanca, había una promesa a Sevilla en los abrazos y las bromillas de los niños tras un año sin verse, con todo rebozado de cirios y de padres por doquier. Que vaya si había padres. Tantos, que a la imaginería del paso de la Borriquita parecía que le faltase un señor con chaqueta acompañando a los niños hebreos. Quizá algún día. No hay prisas. En Sevilla, la vida siempre se anticipa al arte.

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