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Donde da la vuelta el aire

La ciudad amanece asumiendo la dulce derrota de lo que ya se ha perdido hasta dentro de un año, pisando cera negruzca sobre la que aún caerá otra cera.

el 16 sep 2009 / 01:10 h.

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Á.R. Del Moral / M. Ruz

La ciudad amanece asumiendo la dulce derrota de lo que ya se ha perdido hasta dentro de un año, pisando cera negruzca sobre la que aún caerá otra cera. Hay hormigueo de fiesta de barrio en la Ronda, en los bloques de Venecia y Urquiza, por Salesianos y Arroyo. Huele a aliño antiguo -al mejor rito familiar heredado y repetido- en el damero indiano de San Lorenzo. Se ajustan los viejos protocolos en San Gregorio; brilla la plata del ajuar inconfundible de la capillita de los Dolores en el olvidado barrio de San Marcos. Es Sábado Santo y hay tiempo para el recreo y la añoranza satisfecha de lo vivido.

La tarde pertenecerá a los cortejos de nazarenos, pero merece la pena encarar la mañana temprano para conocer esa íntima familiaridad de los hermanos con sus imágenes antes de que las hermandades se conviertan en cofradías. La tarde asistirá a un nuevo renacimiento de la Puerta Osario al paso de la Trinidad, más pueblo que barrio, huerta trocada en hormigón poligonero, que cruza las invisibles murallas para adentrarse en la ciudad.

A dos pasos, casi a la misma hora, escapularios servitas de corazones traspasados; la marcha fúnebre de Chopin sentencia el signo luctuoso de una jornada, que alcanza su ecuador en esos tambores roncos que rubrican el duelo del último paso del Santo Entierro. Ya pasó la cinta multicolor de las representaciones. Cae la tarde, hay remolinos de aire incierto que apagan cirios al cuadril por el Duque. La Soledad ya ha abandonado su collación. Es el final de la Semana Santa.

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