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Dónde leer

¿Sabe que el tebeo más grande sobre El Quijote está en el Parque? Hasta se puede sentar encima: todo interactivo. Es uno de los mejores rincones para entregarse a la lectura. Pero hay más.

el 08 nov 2011 / 20:11 h.

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Qué de lugares y de razones para leer en el Parque de María Luisa, ahora que este reposa en el otoño con todo su porte de melancolía, de luz y de tonalidades de amarillo. Sentado en uno de esos sitios idóneos para la lectura, un señor la mar de desenvuelto se zampaba un bocadillo ayer a mediodía con una voracidad tal que haría palidecer de envidia a las agencias de calificación. Pero si además del tentempié se lleva usted una novela, por ejemplo, o un cuadernito de versos, tiene echado el día. Hasta puede ir sin nada en las manos, porque el lugar, en sí mismo, es un libro: Aunque llevan ahí noventa años, muchos sevillanos ni siquiera se imaginan (o peor: ni siquiera recuerdan) que en plena Plaza de América está contado El Quijote  entero a base de azulejos. Son alrededor de 500 viñetas trianeras, por así decirlo, sin texto; un tebeo que forra cuatro bancos en una pequeña glorieta, diseñada por el mismísimo Aníbal González en torno a una inmensa araucaria, ideal para llevar allí a los hijos o a los nietos a familiarizarlos con la historia del mayor héroe jamás concebido por la literatura, con permiso de los de Homero.

No hay que decir que el nombre de este rinconcillo es Glorieta de Cervantes, justo delante del Pabellón Real. Igual que puede presentarse allí a cuerpo gentil en materia de libros, también en lo tocante a vestimenta, porque a diferencia de otros espacios más lóbregos del recinto allí le dará abrigo el solecillo de noviembre que cae por la espalda si se sienta mirando hacia el norte. Y si encima es usted de las personas que requieren un aporte extra de colorido para no deprimirse en otoño, encontrará el de las preciosas florecillas rojas de los parterres que lo envuelven, amén del revoloteo blanquísimo, torpe y familiar de las doscientas y pico palomas dedicadas a alborotar por entre los recovecos mudéjares y a pasearse como en una especie de baile egipcio por entre los (hay que decirlo) excrementos de los caballos de las calesas, en busca de un piscolabis.

Una idea excelente es la de servirse de los libros que pone a su disposición de forma gratuita el Parque de María Luisa en su llamada Biblioteca a Cielo Abierto, que, con sede en la caseta de los guardas de la Glorieta de Luca de Tena (frente a la Plaza de España), incluye algunas ediciones propias con obras breves de corte tenebroso, leyendas becquerianas y por el estilo y otras lecturas imponentes, llenas de tormentas, fantasmas, misterios y criaturas terribles, muy apropiadas para este tiempo (y no solo por ser noviembre). Si quiere pasar aún más miedo, en esa misma caseta le prestan también los periódicos. Pero ya sea con lo uno o con lo otro, o con algún título que se lleve usted de casa, hay otro espacio maravilloso para el solaz del lector. Muy diferente del ya citado, con todas esas palomitas y todo ese solecito resbalándose desde el cogote, esta segunda propuesta es puro otoño y se encuentra a un costado de la Avenida de Pizarro, esa fronda verde deslumbrante que solo deja pasar sol rallado y ruidillos de pájaros. En apenas un mes le han florecido a estas pérgolas los racimos de buganvillas fucsias que le dan su estampa más sugerente. Con semejante dotación, puede que no haya lugar más romántico en todo el parque donde sentarse a leer o a lo que sea, porque el único que podría ganarle, el monumento a Bécquer, es un corralito vallado y con pestillo entre cuyas prendas principales destacan los chillidos de las excursiones de colegiales, que han convertido aquello en su recreo, y la pestuza de los coches de caballos que aparcan justo delante.

Pero si se sienta bajo las buganvillas de esas pérgolas, también mirando hacia el norte, no percibirá menos melancolía: la sentirá en el banco húmedo y en el suelo sombrío; la hallará, si mira hacia la izquierda, en esa especie de panteón de cementerio encalado que es la Glorieta de Ofelia Nieto, tras la que despuntan las palmeras de las Delicias y la torrecita del antiguo Instituto Murillo. A la derecha, el borboteo de la Fuente de los Leones y de las cámaras de fotos de esos franceses que andan de puntillas. Los sevillanos que tengan memoria tampoco necesitarán llevarse un libro. Pero eso ya queda a gusto del personal.

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