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El blastómero y el báculo

Es fácil comprender a la Iglesia católica cuando se opone al aborto. Pero imposible cuando se opone a la vida. El doble salto natal se produce cuando por una consideración de fundamentos acientíficos los príncipes de la Iglesia proclaman que a esa vida se llega desde una muerte. Superchería, no ciencia. Y si la ciencia dice que el embrión con 24 horas no es un ente...

el 15 sep 2009 / 17:00 h.

Es fácil comprender a la Iglesia católica cuando se opone al aborto. Pero imposible cuando se opone a la vida. El doble salto natal se produce cuando por una consideración de fundamentos acientíficos los príncipes de la Iglesia proclaman que a esa vida se llega desde una muerte. Superchería, no ciencia. Y si la ciencia dice que el embrión con 24 horas no es un ente humano, debemos considerar que no lo es.

Salvo aquellos que den preeminencia a su fe: libres son de creer lo que quieran, pero no de pretender imponernos sus conclusiones. Las células en cuestión se llaman blastómeros y son el resultado de la segmentación del cigoto, que es otro tipo de célula que se genera una vez que un espermatozoide fecunda un óvulo.

Andrés Mariscal Puerta es el niño de seis años que sufre una anemia congénita, la enfermedad hereditaria que lo obliga a transfusiones de sangre periódicas y lo condena a una muerte cierta antes de cumplir los 30 años. La hemoglobina que crea su médula carece de una vitamina indispensable para la distribución de oxígeno por el organismo. Andrés sólo tenía una posibilidad de curación.

Y resulta que la ciencia ya la ha hecho posible: la aplicación del diagnóstico genético preimplantacional con fines terapéuticos, lo que permite seleccionar embriones libres del mal congénito y extraer las células madres de su cordón umbilical. Y así ha nacido su hermano Javier. Si no perdiéramos el tiempo en cuestionar tanta descalificación alcanforada, tanta moralidad de barraca de feria, aún estaríamos deslumbrados por la capacidad de la ciencia y del equipo del doctor Antiñolo en el Virgen del Rocío, un hospital público del SAS, en Sevilla. En Andalucía.

Porque esta es una historia real. No es un pasaje bíblico. La vida de Andrés tiene un precio: el nacimiento de un hermano sano y la eliminación previa del grupo de células enfermas. Pero en el camino de los blastómeros se han cruzado los báculos. La Iglesia católica española dice que la "dignidad" de las personas exige que los niños sean "procreados, no producidos" y sostiene que es dramática "la eliminación de los embriones enfermos".

Pero en su borrachera de radicalismo teológico-ético, los obispos han dicho algo más: que el nacido no será querido por sus padres por sí mismo, sino por su valor instrumental y que, además, su nacimiento ha requerido de la muerte de otros "hermanos". Los blastómeros, he ahí los hermanos nonatos. Dignidad, seres humanos, ética y moral. Esas son las palabras graves que utiliza la Iglesia aplicadas a los blastómeros.

Si las aplicaran a la vida de Andrés y del recién nacido Javier sus epítetos alcanzarían otra dimensión y significado, ¿pero qué se puede esperar de quienes acusan a los científicos y a unos padres que esperan un nuevo hijo como agua de mayo de haberlo seleccionado "como si fuera ganado"?. No se puede zaherir más la dignidad de los dos hermanos y de sus padres, a los que le niegan incluso el derecho a un verdadero amor filial. Malos padres, dicen los padres con sotana y misal. El amor, la caridad y la piedad fueron pilares de la concepción de la existencia cristiana. Hoy son palabras hueras, sustituidas por un fundamentalismo faltón y extremista que nos hiere como sociedad avanzada.

El problema de la Iglesia sigue siendo el mismo del último cuarto de siglo pero en fase de agudización progresiva: que España ya sólo es un país católico en su raigambre cultural e histórica. Es católico de encuestas, no de iglesias. La feligresía católica desobedece palmaria y reiteradamente las directrices de la Iglesia, su credo y sus dictados.

Dos millones de jóvenes fueron al Vaticano a ver a Juan Pablo II y acabaron con los condones de Roma entera. La Iglesia se opone al aborto como si la ley española obligara a abortar, rechaza Educación para la ciudadanía porque trabaja por un modelo de convivencia ajeno a la fe y abomina de la investigación con células madre descalificando a las familias que acuden a ella porque saben que cualquier padre cristiano recurrirá a la ciencia -¿es incompatible con su fe?- para salvar la vida de su hijo. No se limita a pedir a sus fieles que acepten su doctrina moral, trata de impedir el avance del mundo porque la relación entre el católico y la Iglesia está basada hoy en la desobediencia, que es la desconfianza en sus prédicas e imposiciones.

Esta Iglesia preconciliar nos lleva a la oscuridad y a la cerrazón intelectual. En vez de arrojar luz, ciegan las ventanas. En vez de entender el dolor y el amor de unos padres por sus hijos, los condenan con palabras altivas. Antes que comprender que la inseminación artificial o la donación de óvulos ha permitido fundar nuevas familias y llevar la alegría a muchos hogares, les dan la espalda. Lejos de aceptar terapias genéticas que salvan vidas enfermas y crean nuevas vidas sanas, se agarran a doctrinas reaccionarias e inflamables.

La misma Iglesia que condena el progreso y la vida, prepara ya otra batería de beatificaciones para sus "mártires de la fe" durante la Guerra Civil. Llegarán a 10.000 "mártires", pero consideran que la ley que amplía los derechos y el reconocimiento para quienes fueron perseguidos por la dictadura "siembra cizaña en la sociedad". Es la ley del embudo. Y siempre quieren la parte más ancha.

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