No es difícil, para un enamorado del teatro, rendirse ante los versos Lope de Vega, sobre todo cuando son dichos con la intención justa y dominio de la técnica. Es el caso de esta obra que, aun tratándose de una propuesta un tanto tosca y sin grandes pretensiones, consigue dar a los versos de Lope el brillo que merecen.
Para ello, Ernesto Arias recrea una puesta en escena que, aunque sobria y pobre de recursos, mantiene un ritmo ascendente y fluido gracias, fundamentalmente, a la labor de los intérpretes, quienes captan en todo momento nuestra atención con la sonoridad y el dramatismo de los versos, lo que no deja de tener un enorme mérito, dado que deben desenvolverse en un espacio escénico que, más que ayudar a ambientar la historia, la enmaraña en una escenografía que apunta al minimalismo, una iluminación mal resuelta y un vestuario un tanto anacrónico.
De igual manera, también resulta un poco confusa la intervención al principio de una voz en off que nos pone en antecedentes del parentesco y personalidad de los personajes, por mucho que tenga que ver con el cuento que inspiró al autor a escribir esta obra que, sin duda, se adelantó con mucho a su época planteando un conflicto entre el deber moral y el deseo que, aunque acaba sometiéndose a la crueldad del honor, de alguna manera se escapa de los cánones del drama de su época y alcanza en la interpretación de Rodrigo Arribas y Casandra Mayo sus cotas más altas.