Cultura

El día que Martirio nos enseñó sus ojos

La cantante onubense se desnuda en el concierto de celebración de sus 25 años en la música, que se celebró anoche en el Teatro Lope de Vega.

el 29 sep 2009 / 22:21 h.

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Martirio

Hay algo de rito de purificación, hay muchísimo de catarsis, de noche de magia blanca; hay una emoción que empieza contenida y termina por desbordar la presa de los sentimientos. Hay nudos en la garganta, miradas fascinadas, oidos deleitados. Hay corazones derretidos. Hay música que suena a verdad y hay, tan sólo, una voz, una guitarra y un piano. No se puede hacer más con menos.

Con todo esto, que es lo que hay en un concierto de Martirio, que es lo que hubo anoche en el Teatro Lope de Vega, con una comunicación tan intensa, tan fluida, que nunca se supo si estuvo más entregada la artista o su público; es difícil imaginar que Martirio pueda repetir lo que sucedió ayer en Sevilla cada vez que se sube a un escenario. Es imposible vaciarse, darse en cada verso, regodearse en la memoria -la musical y la afectiva- como lo hizo anoche la onubense, invocando a sus santos pero también a sus demonios, y salir indemne.

Pero vayamos por orden: Venía Martirio a Sevilla a encontrarse con su gente para celebrar sus 25 años sobre los escenarios. "No sabeis lo que es mirar para cualquier sitio del teatro y que todo el mundo sea alguien". Alguien en la vida musical de esta artista única que empezó su travesía por la oceánica tentación de las músicas populares un 8 de marzo en la plaza de San Andrés: "En esa Sevilla creativa, moderna, maravillosa, transgresora" de hace 25 años, recordó Martirio. Ahí estaba Kiko Veneno, entonces y ayer mismo, sentado en la segunda fila, para que pudiera quedar abierta esa ceremonia nocturna de celebración y de buen gusto musical.

Con ese aire de cabaret republicano que tiñe de nostalgia el espectáculo, con una vis cómica elegantemente dispuesta para su público y una voz tan luminosa como dúctil -unas veces fue un tenue candil, susurrando en la oscuridad; otras, un faro potente y cegador-, Martirio repasó los clásicos de la copla Ojos verdes, Torre de arena y La bien pagá, además de su Tu eres mi marío, temas que encontramos en sus discos Coplas de madrugá y Acoplados, grabados junto a Chano Domínguez en su fusión perfectamente avenida de copla y jazz. Repasó también su acercamiento y profundización en el repertorio latinoamericano, con piezas como Volver -qué manera de decir la canción, de contarla más que de cantarla-, hubo también un homenaje a Carlos Cano con su María la portuguesa, para volver al final a sus orígenes flamencos con unos fandangos de Huelva que sonaban a jazz, a blues, a todos los ritmos en los que se ha posado Martirio, llevándose un néctar con el que ha fabricado un brebaje musical único, exclusivamente suyo.

En este viaje esencial, Martirio lo tenía muy fácil. Casi apenas tenía que andar, que tirar del carro. La onubense fue llevada en volandas por la guitarra de su hijo Raúl Rodríguez -qué manera de entenderse, de mimarse, de darse cada uno su lugar- y el piano fascinado de Jesús Lavilla, en este proyecto que ofrece nuevas versiones acústicas de un repertorio seleccionado entre su rico, extenso y magistral cancionero, un recorrido panorámico en el que repasa géneros musicales, discos y compañeros de su camino artístico. "No quiero que se me olvide nadie", se repetía la cantante, mientras recitaba nombres esenciales de su santoral: Marifé, Diego del Gastor, Chavela, Chano... "Ay, Chano...".

Y en esas estaba, interpretando en ese momento Ojos verdes, cuando la de Huelva hizo un gesto que resume toda la verdad que contuvo el concierto de anoche. En una metáfora inigualable, Martirio, que con los años ha ido menguando su peineta y agrandando su presencia, su fina ironía, su drama sin excesos, se despojó de sus gafas y enseñó sus ojos como mejor manera de desnudarse ante Sevilla. Quería la cantante que nos fuéramos a casa con el corazón lleno. Y tuvimos que claudicar.

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