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El doctor Aznar y míster Ansar

el 21 feb 2010 / 07:41 h.

Finales de junio de 2002. En Kananasks, una ciudad remota en las montañas rocallosas de Canadá, se reúnen los líderes de EEUU, Japón, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Canadá y Rusia. También conocidos como el G-8. A este selecto grupo se une un nuevo invitado, aunque tan sólo es un testigo ocasional: José María Aznar, jefe del Ejecutivo español y presidente de turno de la Unión Europea. George W. Bush, Junichiro Koizumi, Tony Blair, Jacques Chirac, Gerhard Schröeder, Silvio Berlusconi, Jean Chretien, Vladimir Putin y también Aznar discuten del fortalecimiento del crecimiento económico mundial y la lucha contra el terrorismo internacional -entonces hacía menos de un año del ataque contra las Torres Gemelas y faltaban poco más de nueve meses para que empezara la guerra de Irak-. Y en semejante escenario y ante aquel prestigioso público, nuestro noveno pasajero protagonizó una de sus anécdotas más reprobadas y que él mismo se encargó de relatar pocos días después: "Primero, Bush coloca los pies encima de la mesa, se vuelve hacia mí y me dice: yo corro cuatro kilómetros en seis minutos y 45 segundos. Entonces yo levanto mis pies, los pongo también encima de la mesa, me giro y le contesto: pues yo me hago 10 kilómetros en cinco minutos y 20 segundos. [Parece que Bush le creyó a pesar de lo increíble de la marca, pero nunca fue muy avispado] ¡Por una vez éramos más poderosos que los Estados Unidos!". Era sólo el inicio de la conversión del doctor Aznar en míster Ánsar -como siempre le llamó su amigo Bush-. La peineta o alzamiento del dedo corazón que le dedicó el pasado jueves a unos universitarios que lo increparon durante una conferencia en Oviedo fue su confirmación.En 1886 el escritor inglés Robert Louis Stevenson publicó El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde, una alegoría moral en forma de novela de misterio sobre la coexistencia en una misma persona del bien y del mal. El médico Henry Jekyll -convencido de esta convivencia- recurría a una poción para convertirse en el monstruoso y asesino Edward Hyde. Aunque sin crímenes, también Aznar ha sufrido una mutación prodigiosa en los últimos diez años. No sólo lleva el cabello más largo, usa unos abdominales que ríete de los de Cristiano Ronaldo, tiene más fulares que Jaime de Marichalar... y hasta su bigote parece otro. En este caso la poción mágica fue la mayoría absoluta alcanzada el 12 de marzo de 2000.

Antes, Aznar ganó las elecciones de 1996 después de tres intentos. Consiguió lo que no pudo Manuel Fraga, llevar a la derecha al poder democráticamente. La victoria fue tan justa que obligó a Aznar a hablar catalán en la intimidad o, lo que es lo mismo, a llegar a acuerdos con los nacionalistas catalanes y vascos. En aquella primera legislatura el Gobierno popular obtuvo paz política y social, redujo el desempleo en siete puntos porcentuales, saneó las maltrechas cuentas del Estado, llevó a España al euro, se asestaron duros golpes a ETA y se suprimió la mili.

Pero hoy sus detractores sólo recuerdan la huelga general del decretazo, el Prestige, su irreflexivo apoyo a Bush que le llevó a hablar mexicotexano, la guerra de Irak, el Yak-42, la principesca boda de su hija y las mentiras del 11-M. Donde siempre se mostró como un ser superior, ajeno a la crítica, por encima del bien y del mal y siempre malencarado. Su salida de La Moncloa no ha mejorado su imagen.

Arremeter contra una campaña de la DGT en la que se pedía prudencia al volante si se bebía alcohol, introducir a una periodista el bolígrafo en el escote, mantener que seguiría apoyando la guerra de Irak pese a reconocer que Sadam Husein no tenía armas de destrucción masiva y criticar al Gobierno -sin importarle las repercusiones para España- en cualquier parte del mundo no juega a su favor. Hyde acabó con Jekyll. "Sólo será visto como un buen presidente si sabe ser un ex presidente", escribe Carlos Fuentes en su novela La voluntad y la fortuna. Alguien debería decírselo a Aznar.

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