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''El embarazo iba bien, ella estaba sana''

Nayat. Abdesselam sólo puede pensar en ese nombre. El de la esposa que acaba de perder, el de la hija que aguarda sus brazos en el hospital.

el 16 sep 2009 / 07:33 h.

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(Vídeo: Paco Puentes)

Nayat. Abdesselam sólo puede pensar en ese nombre. El de la esposa que acaba de perder, el de la hija que aguarda sus brazos en el hospital. Han pasado casi cuatro horas desde que ocurrió, y aún no es capaz de reaccionar. No llora, no está enfadado, ni siquiera habla con demasiada tristeza o con un exceso de vehemencia. Está desconcertado. No entiende nada. El hermano de su mujer, Mustafá, y su sobrina, Safae, le acompañan. Se miran incrédulos. Tienen dos decisiones importantes que tomar: cómo contarle a sus dos hijos que el virus del que tanto han escuchado hablar ha acabado con la vida de su madre, y cómo explicarle a sus parientes de Marruecos que un miembro de su familia, el primero, ha muerto en la península, cuando estaba a punto de dar a luz.

Abdesselam lleva once años en Sevilla. Su mujer llevaba 8. Residían en Alcalá, adonde llegaron procedentes de Assilah, un bello municipio costero del norte de Marruecos. Aquí en España reside casi el 80% de su familia. Y aquí, en Sevilla, habían decidido criar a sus dos hijos, que tienen ahora 13 y 16 años. "Ella llevaba toda la vida buscando una niña, quería tener una hija. Pero ahora ha muerto sólo unos días después", se lamentan los familiares.

El embarazo era una gran alegría y un gran reto para ellos. Por su edad, y por su situación económica. Abdesselam había tenido algunos trabajos, pero ya llevaba más de un año y medio en el paro. Tampoco su esposa tenía trabajo. "Vivíamos al día, tratábamos de sobrevivir", resume mientras mira al suelo. Cabizbajo. Muestra el rastro que las entradas de la edad han dejado en su cabeza y oculta con su mano la barba a medio afeitar que le ha provocado una trágica semana que empezó el pasado fin de semana.

Mira al pasado y piensa en el futuro. No sabe qué hacer. Ni él ni ninguno de sus parientes. "Nunca habíamos perdido a nadie fuera de nuestro país, no sabemos cómo actuar", explica Safae. De momento, ya han solicitado a los servicios sociales una entrevista para revisar su situación tras este golpe y para buscar alguna vía de financiación para que el cadáver de Nayat pueda llegar a su país. "No tenemos medios económicos. No sabemos cómo hacer el traslado", explica Abdesselam quien admitía ayer a mediodía que ni siquiera se había puesto en contacto con el Consulado de Marruecos. Antes tenía que comunicárselo su familia.

El hermano de la víctima se encargó de avisar a su madre. Sólo pensaba en Nayat. "No se lo podía creer y sólo quería venir. Está loca por ver a su pequeña nieta, que estaba en el hospital". Y por la tarde llegaba el trago más duro. "No sé como se lo voy a decir a mis hijos, tendré que explicárselo con tranquilidad. Pero no sé cómo hacerlo", explicaba a mediodía Abdesselam. Sus pequeños tenían que entender que la misma enfermedad que ellos habían superado había acabado con su madre.

Y en medio de estos intentos de pensar en el futuro, de definir sus próximos pasos, la familia no podía dejar de mirar al pasado. De repetirse lo ocurrido en esta semana. Cada escena, cada conversación con los médicos. Ayer las relataron centenares de veces. Querían contarlo. Difundir su desconcierto, trasladar su incredulidad. Y lo hicieron una y otra vez en un casi perfecto castellano que sólo interrumpían para recordarse hechos los unos a los otros. El relato siempre desembocaba en la misma muletilla: "Nos dijeron que estaba bien, no entendemos nada".

El bebé es su tercer hijo. Abdesselam ya sabía lo que era un embarazo. Y en éste no hubo nada raro. Ninguna enfermedad, ninguna complicación. "Todo estaba bien, todas las revisiones eran magníficas. No tenía nada, si no ¿cómo puede haber tenido una hija de 4,2 kilos en perfecto estado de salud?", se pregunta su marido. Sus palabras contrastan con las expresadas horas después por la consejera de Salud, María Jesús Montero: "Tenía factores de riesgo como la obesidad y la hepatitis".

Tampoco encajan sus versiones sobre la información de la que disponían. Para la Junta se les comunicó todo. Para Abdesselam, sólo tenían sospechas. Lo podía intuir porque le había pasado ya a sus dos hijos, pero no creía que fuera grave. Sí sabía que era contagioso: "No nos dejaban entrar a todos. Sólo al marido, y siempre con guantes", recuerda la sobrina de la fallecida.

Están dispuestos a aclarar hasta el último detalle de lo ocurrido. Y en esa labor quieren participar todos los familiares. Porque ayer, a los tres que inicialmente aguardaban en la puerta del hospital altavoces para expresar su malestar se fueron sumando poco a poco más familiares. Sorprendidos por la noticia, dolidos en su desconcierto.

Para ellos, sólo había una palabra. Un nombre. Nayat. "Ella siempre quiso una niña -repetía Abdesselam-. Por eso le pusimos Nayat, para que se llamara como su madre. Pero ahora ella está muerta". Mientras habla su miradas y sus pensamientos se concentran por un instante en el futuro. El bebé está bien. No tiene gripe A. "Es enorme, ¡si hasta pesa 4,2 kilos!". Por un instante, ni el hermano ni la sobrina de la víctima pudieron evitar una sonrisa. Pensaban en Nayat.

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