Cofradías

El gentío enmudeció en El Salvador

La larga espera soliviantó a quienes esperaban, pero al salir los pasos se hizo el silencio.

el 28 mar 2010 / 22:57 h.

La muchedumbre clareaba en la Plaza del Salvador, apagados ya los rumores de los blancos nazarenitos infantiles que acababan de entrar con su hermandad de La Borriquita, pero bastaron los apenas ocho minutos de retraso en su salida que se permitió El Amor para que el lugar volviera a abarrotarse hasta convertirse en eso que los foráneos llaman con miedo una bulla. Y en ésas estaba cuando alguien se acordó de que hacía falta un pasillo para que la hermandad saliera a la calle y la Policía se dispuso a abrirlo, con el lógico aplastamiento de gran parte del gentío.

En medio de ese ambiente se abrieron las puertas del templo y comenzaron a salir los negros y esbeltos nazarenos, encendidos los cirios de ese marrón amarillento que Sevilla denomina color tiniebla. Por primera vez, entre ellos había mujeres, después de que la hermandad variase sus reglas el pasado mes de enero para admitirlas en la estación de penitencia.

En plena noche, el silencio del interior del templo se fue derramando rampa abajo cuando empezó a vislumbrarse desde fuera la iluminación del Cristo del Amor. Y la bulla, poco antes escandalosa y hasta muerta de risa, se sumió en el silencio mientras veía descender el paso, muy poco a poco y con el peculiar movimiento que imprimen los costaleros a sus pasos para enfrentarse a la pronunciada rampa de la iglesia parroquial del Salvador, de imagen imponente desde que fue restaurada. Sin más sonido que el de los pies de la cuadrilla y la lacónica voz del capataz, que apenas daba órdenes a los costaleros, el crucificado de Juan de Mesa se metió entre la multitud.

La gente permaneció callada mientras el dorado paso, con sus faroles vibrando y un rojo manto de claveles a los pies del Cristo, pasaba ante ellos permitiendo que todo el mundo se fijara en el pelícano que, bajo la cruz, alimenta a sus tres polluelos de su propio pecho, símbolo del amor que define a la cofradía.

Despacio, el paso recorrió la plaza y se paró en el centro, sin aspavientos. Menos aún a la hora de reanudar la marcha, cuando una levantá a pulso encandiló a la gente, que estiraba el cuello para ver mejor. A medida que se iba adentrando en la calle Cuna se retomaban las conversaciones en la parte opuesta de una plaza completamente repleta, desde el templo hasta las mismísimas fachada de enfrente, incluido un grupo de chavales que se había encaramado a la estatua del escultor Juan de Mesa.

El largo intervalo de nazarenos permitió que los asistentes volvieran a relajarse, a charlar e incluso dio pie a algún que otro enfrentamiento entre madres con carrito de bebé y personas que pretendían cruzar de un lado a otro de la multitud. Junto a los carritos, un gran número de sillitas plegables hicieron a más de uno añorar que el Ayuntamiento hubiera cumplido su proyecto de prohibirlas.

Al final, con casi media hora de retraso sobre lo previsto, los siseos volvieron a extenderse por la Plaza del Salvador y el palio calado de la Virgen del Socorro asomó a la puerta. También fue acogida con un respetuoso silencio, que permitió escuchar el sonido característico del palio de malla rozando los varales, unido al de los costaleros bajando la larguísima e inclinada rampa de la iglesia. La blancura de los claveles irrumpió en la oscuridad de la plaza. El cielo, negrísimo, no dejaba ver ni estrellas, cuando la Banda de Música María Santísima de la Victoria, de la hermandad de Las Cigarreras, inició los sones de Soleá dame la mano y descendió también la rampa para bajar desde la escalinata en la que había estado esperando a la imagen y situarse detrás de ella. La Virgen del Socorro enfiló Cuna, pero prometiendo volver a casa no más de cuatro horas después.

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