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El hombre que pudo reinar

Hoy se cumplen veinticinco años de la muerte de Fernando Martín en accidente de tráfico. Su recuerdo marca a fuego a una generación de aficionados al baloncesto en España.

el 03 dic 2014 / 16:53 h.

¿Cómo es posible que alguien se acuerde del tiempo que hizo el 3 de diciembre de 1989 cuando esa misma persona apenas recuerda el de hace dos semanas? La respuesta a esa pregunta se llama Fernando Martín Espina. Mucha gente jamás olvidará que ese día llovía en casi toda España porque el jugador del Real Madrid se mató al volante de su Lancia. Cuando un personaje importante fallece, el impacto de la noticia es tal que uno suele guardar en sus recuerdos el contexto en el que recibió la sacudida: el dónde, el cómo y el con quién se responden como un automatismo, con la misma inercia con la que uno recita su número de DNI o la de su teléfono móvil cuando llama a su operadora de internet cuando el ADSL se corta. A una generación de españoles algo así le sucedió cuando se confirmó la muerte de Francisco Franco; el fenómeno se repitió cuando algo más de una década después se aireó la noticia de la pérdida del baloncestista. ¿Y cómo es posible eso? ¿Por qué Fernando Martín y no otro? El 10 del Real Madrid fue un superhéroe, una especie de Superman a la española que se transformaba en un ser especial cuando saltaba a la pista. Al enfundarse el traje blanco o el rojo de la selección dejaba de ser Clark Kent; la camiseta de baloncesto era su capa voladora. Y con ella se fue planeando a la NBA. Sí a la NBA. Una liga que hasta entonces era como Shangrila, la Atlántida o el Monte Olimpo, sitios reservados para los superhéroes como él. Y ya se sabe, los superhéroes nunca o casi nunca mueren. Era imposible, por tanto, creer que él falleciera a los 28 años. Fernando Martín fue 2.0 muchos años antes de que llegara la era digital, fue el primer deportista español en tres dimensiones que consiguió convertir a la persona en personaje y personalidad. La juventud de aquella época no sólo quería jugar como él, es que también quería ser como él. Y de eso a anunciar zapatillas o tener un videojuego con su nombre sólo va un paso. El pívot madrileño, junto con Epi, abanderó a un grupo de jugadores que hizo creer que era posible ganar a la intocable Yugoslavia o quitarle una medalla a los gigantes rusos de 2,20. La imagen de sus enfrentamientos con Audie Norris forman parte de la historia del baloncesto español. “Después de un partido contra Fernando me pasaba una hora en el vestuario agotado. La exigencia era máxima. Lo mejor de todo es que después del partido hacíamos bromas sobre lo duro que nos pegábamos. Su recuerdo me acompaña todos los días”, confiesa el ahora asistente del Baloncesto Sevilla. Fernando Martín es al baloncesto lo que su tocayo Fernán Gómez a las artes escénicas. Genios que concedían a su intimidad consideración máxima. “Por las circunstancias que sean juego a un deporte popular, y por esa razón es lógico que la gente conozca tu cara, pero eso no obliga a nada más. No he querido hacer reportajes que no fueran hablando de baloncesto, al menos en una proporción de 500 contra uno. Entiendo que haya que pagar un precio de tu vida profesional, pero no me entra en la cabeza que lo sea de tu vida privada. Me he sentido payaso, utilizado, ridiculizado, manipulado. Por el hecho hacer esto, por estar en una época sin noticias en boca de la gente”, declaró una vez. La acidez fue el caparazón para salvaguardar su intimidad, aunque cuentan que en las distancias cortas era más tímido y vulnerable de lo que se podía pensar. Los periodistas que le visitaron en Portland en su debut en la NBA recuerdan que allí se mostró su verdadera personalidad. El chico independiente y arisco se sintió solo en el lluvioso Oregón y hasta pidió que le llevaran jamón y chorizo en las maletas.

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