Cultura

El hombre que se volvió símbolo

Podría haber quedado como símbolo de otro tiempo, pero el talento de Alfredo Landa (Pamplona, 1933) logró desbordar todos los clichés para reivindicarse como un maestro absoluto de la interpretación, de la misma estirpe de los Sacristán y los Fernán-Gómez.

el 14 sep 2009 / 23:21 h.

Podría haber quedado como símbolo de otro tiempo, pero el talento de Alfredo Landa (Pamplona, 1933) logró desbordar todos los clichés para reivindicarse como un maestro absoluto de la interpretación, de la misma estirpe de los Sacristán y los Fernán-Gómez.

Formado en el Teatro Universitario Español, los comienzos en el cine no fueron fáciles para aquel muchacho, hijo de un capitán de la Guardia Civil y estudiante de Derecho. Afincado en Madrid, empezó a ganarse la vida como doblador, hasta que llegó su primer papel protagonista fue con Atraco a las tres (1962). José María Forqué le citó en la Casa de Campo de Madrid y le dijo: "siéntate y pon cara de susto, y después vete a casa", después de lo cual estuvo a punto de dejar el cine.

Sin embargo, en los 60 tendrá ocasión de demostrar sus dotes para la comedia en trabajos tan acreditados como El verdugo de Luis García Berlanga, Nobleza baturra de Juan de Orduña o Ninette y un señor de Murcia de Fernando Fernán Gómez.Sin embargo, el éxito de No desearás al vecino del quinto (1970), de Tito Fernández, va a inaugurar una etapa, en la que el nombre del actor navarro se sustantiva y se vuelve símbolo: el landismo. Aproximadamente 35 cintas, conducidas por directores como Mariano Ozores, Pedro Lazaga, Ramón Fernández o Luis M. Delgado, consagrarán la figura del español reprimido, fanfarrón, machista y enfermo de satiriasis que entroncaba con la ola de tolerancia que vino a debilitar la férrea censura franquista: el destape.

"El landismo fue un fenómeno sociológico", confesó recientemente. "Ningún otro actor tiene un género propio. Landa sólo hay uno".

Largometrajes de dudosa calidad -aunque no poco valor antropológico- como La decente, Cateto a babor, Vente a Alemania, Aunque la hormona se vista de seda, No desearás la mujer del vecino, Vente a ligar al Oeste, Guapo heredero busca esposa, París bien vale una moza, Pisito de solteras, Manolo la nuit, Jenaro, el de los catorce, Un curita cañón, Dormir y ligar todo es empezar, Fin de semana al desnudo, Cuando el cuerno suena, Los pecados de una chica casi decente o Tío ¿de verdad vienen de París?, entre otros muchos, van a encasillar a Landa en papeles que funcionaron bien en taquilla, pero que amenazaban con matar de éxito al profesional que había detrás.

Sin embargo, cuando ya los necrófagos del celuloide corrían a embalsamar el cadáver artístico del actor (y no por la pobre exigencia de aquellos subproductos, sino porque la evolución de la sociedad española los estaba desechando a toda velocidad), Landa saca pecho y empieza a bordar papeles muy alejados del arquetipo de imposible ligón de piscina.

El primer aviso de que una nueva etapa estaba despuntando comienza en 1976 con El puente, de Juan Antonio Bardem. Después, se aproxima a Garci para Las verdes praderas, y El crack. y Mercero cuenta con él en La próxima estación.

Pero será en 1984, y con las bendiciones del Festival de Cannes, cuando despeje las últimas suspicacias con una interpretación sencillamente magistral del personaje del campesino Paco en Los santos inocentes, de Mario Camus, cinta en la que también intervendrían los no menos excelsos Paco Rabal, Juan Diego y Terele Pávez.

El efecto es tan fulminante que no habrá director de los grandes que no lo requiera, inaugurando una larga cadena de joyas como Los paraísos perdidos de Martín Patino, La vaquilla de Luis García Berlanga, Tata mía de José Luis Borau, El bosque animado de José Luis Cuerda, Sinatra de Francesc Betriu, El río que nos lleva de Antonio del Real, La marrana de José Luis Cuerda, El rey del río de Manuel Gutiérrez Aragón, La luz prodigiosa de Miguel Hermoso...

No obstante, si va a haber un cineasta que marque el último tramo de su carrera será Garci, con quien mantendrá un idilio profesional abruptamente quebrado en los últimos tiempos. Landa será su actor fetiche en obras como Canción de cuna, Historia de un beso, Tiovivo c. 1950 y Luz de Domingo.

Con dos Goya en su haber (1988 y 1993), y un homenaje en 2003 de la Mostra de Valencia, ahora recibe el Goya honorífico a toda su carrera. Landa anunció el año pasado en el Festival de Málaga su retirada a los 74 años de edad. Dice haber perdido la pasión por el cine. Le bastaría buscarla en la mirada de su público para encontrarla: él la mantuvo prendida durante cinco décadas.

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