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El Juli enseña las estrellas de gran capitán a Talavante y a todo el toreo

Los dos matadores convierten el segundo mano a mano de Las Colombinas en un gran acontecimiento

el 04 ago 2012 / 21:15 h.

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La historia es bien conocida: la ausencia de Manzanares había vuelto a descomponer uno de esos mano a mano que se habían convertido en la columna vertebral de la temporada. Sin el alicantino en el cartel, la responsabilidad de El Juli -lanzado en su propio pronunciamiento- alcanzaba sus cotas más altas.


Sabíamos que triunfaría al precio que fuera y al madrileño no le importó que su primero fuera bruto, descompuesto y peligroso: se la jugó de verdad; como un figurón del toreo con mando en plaza desde que lo paró casi sin tanteos con ceñidos delantales y, sobre todo, apostándolo todo a una carta a pesar de la violencia evidente de un animal que habría quitado del toreo a cualquiera. Pero El Juli se entregó a tope y lo cuajó de cabo a rabo enseñando sus galones de gran capitán y hasta se permitó el lujo de torearlo al natural antes de agarrar un estoconazo a capón que tenía que haber cambiado por dos orejas incontestables que el presidente no quiso conceder.


Con el tercero de la tarde, un bonito colorao, escenificó una lidia precisa y profesoral y se lució en un original quite por faroles invertidos que contestó Talavante de frente y por detrás, en unas ceñidas gaoneras en los medios a las que les faltó limpieza. Pero aún hubo más: El Juli se picó y reventó a su compañero con dos lopecinas que partieron en dos la plaza. Se lanzaba el mano a mano, Julián cogía los palos y le entregaba un par a Talavante, que salió respondón y lo colocó al quiebro. El maestro los había dejado al cuarteo y de poder a poder mientras el personal se partía las manos. Pero El Juli aún se empleó en una faena intensa y honda, con el acelerador a tope, exprimiendo la nobleza de un buen cuvillo que, a esas alturas, ya andaba en reserva y con la marcha atrás puesta. Lo tuvo que echar abajo pegado a tablas para cortar dos orejas que compensaban la afrenta anterior.


Quedaba el quinto para romper los últimos frentes. Hubo devolución de brindis a Talavante y sobre todo una nueva demostración de poderío con un toro remiso al que siempre había que empujar hacia adelante. La valerosa infalibilidad de El Juli, muy metido en la cuna, volvió a hacerse presente. La cuarta oreja, rubricada con otro contundente espadazo al salto, era de cajón.


Talavante también sorteó en primer lugar un animal distraído, muy a su aire en la lidia, que acabó humillando -con ciertas desigualdades- en su muleta. El extremeño se templó más y mejor por su lado bueno, esa mano izquierda por la que extrajo los muletazos más largos y sedosos de un trasteo que sólo rompió entonces. El Tala también se tragó algunos parones imperceptibles que dieron la medida del valor natural del torero. Pero fue en las cercanías, muy metido entre los pitones, cuando la gente entró definitivamente en su labor, remachada con las inevitables manoletinas y una fuminante media lagartijera.


Con el cuarto, feote y acucharado, hubo nuevo intercambio de quites: por bellos delantales Talavante y por chicuelinas sabrosas El Juli, que recibió el brindis de su partenaire y comenzó su labor en los medios por estatuarios.


Talavante intercaló el intenso toreo fundamental con ese catálogo de pases de ida y vuelta al que sumó naturales de infinita cadencia, perfectamente acoplados a un toro que, con su calidad, acabó muy rajado y rebajó el hilo argumental de un trasteo que, con la tarde disparada, fue premiada con otras dos orejas.


Quedaba el sexto para rematar el espectáculo más intenso de este año de recesiones pero se descompuso el pasodoble. Le pegó un palizón de infarto al sobresaliente Fernández Pineda en un descuido y mostró algunas dificultades que Talavante resolvió con una tampladísima faena de más a menos que emborronó con el acero. Ya daba igual.

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