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El llanto del ferroviario

Adolfo del Corral fue el último jefe de estación de San Bernardo, convertida en plaza de abastos y futuro centro deportivo con el mercado en los sótanos. Pero a él le gustaría ver su vieja casa, su antiguo trabajo, como Museo del Ferrocarril.

el 21 sep 2014 / 11:30 h.

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El último jefe de estación de San Bernardo, Adolfo del Corral, con algunos de sus recuerdos del trabajo. / Pepo Herrera El último jefe de estación de San Bernardo, Adolfo del Corral, con algunos de sus recuerdos del trabajo. / Pepo Herrera Son las doce en punto del mediodía. Uno de los relojes de la vieja nave de los andenes, convertida en sofocante plaza de abastos, marca las 11.01. La otra, la que mira hacia Cádiz –la ciudad que le daba nombre a la estación–, dice que son las 13.32. Fuera, en la explanada, el edificio se asoma a Sevilla diciéndole que son las 3.31. Y hacen bien los tres relojes formando este barullo horario, porque la sensación que se tiene ante la mole de piedra, hierro y ladrillo, rendida a su destino, es la de que pasó el tiempo en que se pudo hacer con ella algo más digno, y a la vez de que aún no se ve llegar la hora en que por fin se le acabe esa provisionalidad estructural que arrastra y que tanto la afea. El tiempo no llega, no pasa, no se va. Mal asunto para un sitio que fue estación de trenes. Y mientras tanto allí afuera, delante de su vieja casa y su antiguo trabajo, el último jefe de estación de San Bernardo deja que le caigan las lágrimas que se ha estado tragando desde que hace catorce años se despidiera de media vida suya. Lágrimas por el reencuentro, por la emoción de hablar para El Correo, por el saludo los comerciantes (ya ancianos, o los hijos de estos, ya canosos), por el recuerdo abrumador que le asalta como un pitido de tren en la mismísima oreja..., y sobre todo, por ver el cartel con pinta de cosa efímera que dice:Mercado de la Puerta de la Carne. «Cuando esto lo que debería ser es el Museo del Ferrocarril de Sevilla». Adolfo del Corral, antiguo jefe de la estacion de trenes de San Bernardo.Es un día pringoso, como lo era la estación, con toda su población flotante de tristes, sombríos, desahuciados, vagos, trabajadores, mozos, quintos, paisanos en tránsito y bebedores de café. Adolfo del Corral los conocía bien a todos. Y conocía también las emociones propias del edificio, que eran muy especiales. Se supone que una estación puede ser tan alegre (por los reencuentros) como triste (por las despedidas). Él, cuando se asoma a su memoria para ver cómo era antes la Estación de San Bernardo, dice ver «llanto, besos, tantas cosas… Abrazarse la gente, otros que lo cogen en marcha. El ruido no, porque estábamos acostumbrados. Por eso yo levanto mucho la voz. Tenías que sacar el torrente de voz, porque había mucho jaleo de todo tipo, y te acostumbras. Y luego es ya muy difícil bajarlo». Con ese mismo tono de voz imponente, el antiguo jefe de estación expresa su mayor desencanto cuando, tras ese paseo imaginario por sus recuerdos, abre los ojos y comprueba en qué se ha convertido aquello: «Me da mucha, mucha, mucha pena. Porque teniendo laPuerta de la Carne su mercado propio con un edificio singular, donde iba yo con mi mujer... Yo, ahora, ver esa estación, con el señorío que tenía –ese Talgo, ese expreso, esos automotores…–, y verla ahora hecha un puesto de lechugas y pimientos… Yo, eso…, no me agrada. Tendría que ser un Museo del Ferrocarril, que es una cosa originalísima y buena para Sevilla». Ignora en ese momento este señor que el Ayuntamiento ya tiene planes para San Bernardo: lo que era efímero se va a consolidar, solo que en el sótano: allí se irá el mercado de abastos, y en lo alto, donde estaban los trenes, pondrán instalaciones deportivas. Ya está adjudicado por 40 años. Así que se antoja un poco tarde para repensarse el destino de este edificio protegido, pero no tanto. Tiene el nivel C de protección, que no le evita disgustos. Lo del museo era una idea largamente acariciada por Adolfo del Corral, pero... qué podía hacer un ferroviario, por mucha gorra y por mucho banderín que tuviera, para alterar ese pedazo de corriente que es el curso de la política. «Yo se lo comenté a mis compañeros, mi jefatura, gerentes; al presidente de la Asociación de Amigos del Ferrocarril, muy amigo mío, Miguel Cano López-Luzzati; se lo comenté a todos, porque yo soy de familia muy ferroviaria: mi abuelo fue jefe de estación, mi padre fue jefe de estación –los dos en Plaza de Armas– y yo también, entonces lo llevo en los genes. Me decían que la idea era magnífica, pero que quién la ponía en práctica. Tenía que ser la gestión política y la gestión privada. Y claro, nosotros los ferroviarios no podíamos, no teníamos ni fuerzas, ni dinero ni poder». Adolfo del Corral, antiguo jefe de la estacion de trenes de San Bernardo.«Yo, sinceramente, no comprendo a los pensadores políticos», dice, cuando al fin se le comunica la noticia. «Ni a mí ni a ningún ferroviario nos han preguntado qué se hace con esto. Mire usted, si a mí… El ingeniero que venía a hacer la estación del AVE, cuando hablaba conmigo, me decía: Cuando paso de Córdoba para acá me da miedo. Con la cantidad de problemas que tengo. Con lo fácil que hubiera sido...» modernizar las antiguas estaciones, tan céntricas, en vez de Santa Justa. No recuerda cómo se enteró de que cerraban San Bernardo, pero sí, perfectamente, de lo que sintió: «Yo no me lo podía creer. Para mí… No sé cómo me lo dijeron. De eso salen avisos, circulares…, en la prensa sale que van a hacer la estación nueva en Viapol…, y que se llamará San Bernardo no sé por qué, porque está en Viapol… Y yo no me lo podía creer. Los compañeros comentaban lo mismo que yo. No nos lo creíamos. Trabajadores éramos entonces más de doscientos, quizá. Ocho o diez jefes de estación, factores de circulación, guardagujas, mozos de agujas, peones, personal administrativo, comunicaciones… Un disgusto tremendo. Primero, porque yo vivía ahí, en la estación, y como yo, muchos. Había una barriada de ferroviarios ahí que para una emergencia estábamos al pie del cañón. Nos gratificaron; hubo una relación de plazas para traslados, bien para Santa Justa, para Majarabique, para La Negrilla…», y pare usted de enarbolar la bandera, que esto se acabó. Se acuerda de cuando se encontró un maletín repleto de cheques; cuando apareció muerto en un retrete del tren un toxicómano con su aguja clavada en el brazo, de los nombres de cada cual... Por eso le parece que un futuro museo ferroviario, lo pongan donde lo pongan, debería incluir también la constancia de esa memoria:hablar con los que quedan de aquella época, asegurar su huella, contar lo que fue San Bernardo cuando ya nadie se acuerde. Lo demás, las máquinas e instrumentos, los enseres... eso es cuestión de buscarlo. El mismo Adolfo del Corral se presentó a la entrevista con un trolley repleto de sus aperos de trabajo. Es el último que ha ido a San Bernardo con una maleta. Si eso no se merece un museo...

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