Adán contiene a Salva Sevilla, que protesta algo al árbitro / Domenech Castelló (EFE)
La reconversión de este Betis moribundo y casi sentenciado no le da para resucitar en la clasificación de la Liga, pero la mejoría introducida por Gabriel Humberto Calderón va por buen camino y como mínimo le permite competir por fin en igualdad de condiciones con sus adversarios y desenvolverse sobre los terrenos de juego con la dignidad que se le exige a un equipo profesional de fútbol. Hay dos problemas en esta buena senda que empieza a trazar el conjunto verdiblanco. El primero es el tiempo: con doce jornadas por delante y once puntos por remontar, se antoja matemáticamente improbable que el Betis sea capaz de multiplicar su producción de puntos y alcanzar el ritmo imprescindible para recortar tamaña desventaja; a buenas horas, remontada verde, podría decirse. El segundo es la dignidad. No la suya, al fin recuperada tras meses de mediocridad e indecoro, sino la de quienes imparten, o eso se les supone, justicia en el fútbol español.
En pocos días, el Betis se ha topado con dos arbitrajes indecentes, uno más que otro, y determinantes en el mal sentido, los dos por igual. Y con una decisión arbitraria, que no arbitral, de la LFP que también le ha hecho daño. Se da por tanto la paradoja de que la dignidad se ha invertido en esta especie de conflicto juez-condenado, de manera que el juez ha cometido los actos indignos y el condenado (a descender, se entiende) ha recobrado la dignidad.
La reanimación del Betis también llega a los despachos. Quizá discutir con el presidente de la LFP a la cara en un antepalco no sea lo más ortodoxo, pero entre la heterodoxia y la sinvergonzonería siempre, siempre será más preferible lo primero. Bien el vicepresidente del Betis, bien Calderón y bien el Betis en general en El Madrigal. Lástima que hayan tenido que transcurrir veintimuchas jornadas de Liga...
