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El otro sueño americano

El hijo de unos labradores analfabetos se convierte en el presidente más querido de Brasil.

el 02 ene 2011 / 17:26 h.

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Luiz Inácio da Silva Ferreira (27 de octubre de 1945) nació predestinado para proseguir la herencia familiar y convertirse en un labrador analfabeto, arrollado por la miseria extrema del paupérrimo estado de Pernambuco. Era su sino, el mismo que burló a los dioses y convirtió a un obrero ignorante y despolitizado en el líder de uno de los más contestatarios grupos sindicales, el fundador de un partido político y el presidente elegido por el mayor número de personas de la historia de Brasil -más de 52 millones-. Es el sueño americano... de un americano del (misérrimo) Sur.

Luiz Inácio Lula -diminutivo cariñoso de Luis- da Silva cedió el viernes la presidencia de Brasil a su elegida, Dilma Rousseff, con un histórico índice de popularidad del 87%. Un hecho insólito en España, donde estamos acostumbrados a quemar (metafóricamente) en la hoguera a nuestros ex presidentes. E incluso hay algún canal de la TDT que realiza el exorcismo en directo, de lunes a viernes.

En sus ocho años de gobierno Lula ha demostrado que aún existe el político al servicio del bien ciudadano. En 96 meses al frente de Brasil logró reducir las desigualdades sociales que históricamente han azotado el país: en 2003 recibió una nación de 190 millones de habitantes con 55 millones de pobres y hoy, gracias a la implantación del Programa Bolsa Familia, un subsidio que el Estado distribuye entre las familias con menos recursos, 25 millones de personas han logrado salir de la pobreza y puedan comer tres veces al día. Además, durante sus dos mandatos se han creado 15 millones de puestos de trabajo, situando la tasa de desempleo en el 5,7% (el 20% en España). Tanto buen dato ha permitido que la clase media de Brasil subiera hasta el 54% en 2009, convirtiéndose en el segmento poblacional mayoritario.

Así no extraña que la crisis económica mundial apenas si haya rozado al país emergente de moda, llamado a convertirse en 2016, según las propias previsiones de Lula, en la quinta economía mundial. Dicen que el dinero no da la felicidad... pero al menos ayuda. Los magníficos datos económicos de Brasil han permitido a Lula ser el socio preferencial de EEUU y Europa en Latinoamérica -también es justo reconocer que Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa o Cristina Kirchner tampoco se lo han puesto demasiado difícil-, consolidar su posición dentro del G-20 y ganarse el reconocimiento mundial. Su prestigio es tal que logró que el Comité Olímpico Internacional designara por primera vez a una ciudad sudamericana, Río de Janeiro, para la celebración de los Juegos Olímpicos en 2016, imponiéndose a la Chicago de Barack Obama y a Madrid.

A tanta fascinación internacional han contribuido sus 252 viajes al exterior, su participación en 84 cumbres mundiales y la visita a 168 países. Ha bailado con la más guapa (EEUU y Europa) y también con la más fea (África y Asia), aunque su principal aliado siempre ha sido América del Sur, donde ha sido la bisagra entre la izquierda y la derecha. Pero el camino hasta llegar aquí ha sido una odisea. Con cinco años vendía tapioca y naranjas, a los 12 trabajaba como limpiabotas y ayudante en un tintorería y a los 14 consiguió un puesto en una metalurgia y abandonó la escuela. Con 18 años se hizo tornero después de realizar un curso, hasta entonces, 1963, el mayor logro de la familia Da Silva Ferreira. En la industria metalúrgica perdió el dedo meñique de su mano izquierda, en unos años donde trabajar sin derechos y con muchos deberes, la jornada laboral era de 12 horas, era el pan de cada día. Más trágica fue la pérdida de su primera mujer al dar a luz a su hijo, que tampoco logró sobrevivir.

La instauración de la dictadura convirtió a un joven despolitizado en un líder sindical. Su hermano mayor, Frei Chico, que fue torturado y encarcelado, lo inició en el sindicalismo. Su implicación fue tal que organizó algunas de las más multitudinarias huelgas generales que precipitaron el fin de la dictadura. E incluso encabezó un paro de 41 días por el que fue arrestado durante un mes.

El cambio de mentalidad de Lula concluyó con la fundación del Partido de los Trabajadores ante la incipiente apertura de la dictadura. Se presentó a tres elecciones consecutivas y perdió. Pero no se dio por vencido. Su terquedad y fortaleza le llevaron a la victoria en 2002, aunque para ello tuvo que cambiar su aspecto de obrero desaliñado por la de un político elegante enfundado en trajes de Armani. Y modificó su carácter tosco por un campechano carisma. Todo para convencer a una clase política y económica que desconfiaba de un político de izquierdas que pregonaba la revolución y que nunca le perdonó su falta de estudios.

Precisamente la lucha contra el analfabetismo, la educación o el desarrollo del alcantarillado en las zonas rurales son algunos de sus retos pendientes... tal vez los pueda afrontar en un próximo mandato en 2014. O como secretario general de la ONU. Sea donde sea Lula da Silva seguirá soñando.

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